Todo empezó
al poco de entrar en la vieja compañía de tranvías.
Dos flores,
dos, apostando por un paraíso sin manzanas frente a mí, el joven cobrador
aspirante a conductor de la línea veinticinco.
dos
Y la
pelirroja, la más resuelta, riéndose de mí, seguramente por lo grande que me
viene el uniforme –pensé entonces y más tarde supe que acerté-. Sin embargo es la morena con gafitas la que
habla:
dos.
sí, dos, ya veo, ¿completo?
no, sólo hasta Noviciado.
los dos, ¿verdad?
sí, los dos
Y sin previo
aviso lo ojos de la pelirroja, bañados en una profunda maldad apenas oculta
bajo su tenue sonrisa, me lanzan cegadores rayos:
usted… tú…
¿no eres de Peligros?
Embobado no
hablo, no contesto (¿me conoce?, yo a ella, no, por supuesto, imposible olvidar
el aroma a lavanda que en aquel momento me hechiza, ni la sonrisa, ni esos
visos de maldad que dibujan sus labios).
sí, claro, de Peligros.
en el estanco, te vi un día en el estanco -dice
como sin darle importancia, como arrepentida de haberme hablado.
Se alejan,
se sientan y sonríen. De vez en cuando
vuelven la cabeza hacia mí y murmuran entre codazos mal disimulados. Se bajan
en “Noviciado”.
adiós
adiós
“Noviciado” se
despide de nuevo. Y yo con el rabillo
del ojo las veo desaparecer por la acera, a mi espalda, esperando que el
tranvía regrese de nuevo a la misma parada una, dos, tres, seis veces, hasta
que acabada la jornada vuelvo solitario a mi buhardilla, a experimentar por vez
primera las más variadas fórmulas para fabricar sintéticamente los metales, ensayar
aleaciones, agitando el crisol, alejándolo, acercándolo a la llama siempre
viva. Allí empezará mi búsqueda, la del matiz inalcanzable. Leo un poema de Byron mientras las estrellas brillan en lo alto y la luna se
proyecta en los tejados.
¡Cuánta belleza! Todavía formo
parte de esta Naturaleza, en que la noche ha sido para mí un rostro más
familiar que el del hombre; en cuya sombra estelar de oscura soledad y encanto,
aprendí el lenguaje de un mundo diferente.
Y se hace
Pentecostés, habitando en mí en ígnea y penetrante lengua: Foen einoe opñsie pindo ge inos didj slieniñagournviñasoekdic iedkura
di dkieospaieut djfieñaoie ndinvoeeñasid entos see…. ¿dedd? ¡Neoeñasdodei vidneisoeñaidfn!
¿Glosolalia o xenoglosia? ¿Acaso,
sueco? No, sólo una mezcla, una especie de rapsodia nórdica con ecos
babilónicos. Glosolalia, simplemente.
Al llegar a
casa, hipnotizado, enajenado, bajo los efectos de aquel hechizo, me relajo con
un split y luego escribo mecánica,
extáticamente, mi primer soneto en glíglico, sin entender -ni siquiera lo
entiendo ahora- cómo demonios en un momento tan místico pude recurrir a algo
tan míseramente carnal:
Amor, bómbame las
mandias bercandes
y déjame embubar tu rimbo azul,
ascendiendo benco por tu senso rul
hasta que las randias flecquen timbandes.
Axpelúname con todos tus brandes
y deja que te ayumbe con mi arnuz.
Que así abramarás simbia y beniruz
y yo rambaré voraz por tus landes
Y cuando al fin vencalos a la inestra
y tú, con tu bonda tris me avenjices,
ay, bembla, no me hagas la cirestra,
pues ya hurzamos mis monfas ceranquices
arboniando hasta el límite la bestra,
hasta ronjarme de branadas quinces.
Venéreo,
asquerosamente blenorrágico, grito al fin vacío y estupefacto.
Servando Gotor
Entre las ruinas del cielo, 2011
.
ResponderEliminarespléndido, magnífico, un pedazo de
idioma castellano que muestra cuánto
puede dar de sí nuestra lengua, un
fragmento entre torturado y torturado,
pero con dos tipos de tortura distintos,
una muestra de la variedad de estilos
y modos de decir que se pueden utilizar
en pocas líneas, en fin,
un pequeño prodigio de la lengua española.
Gracias por compartirlo, Maestro
Narciso
PD. el Cielo -y algunas otras personas-
saben que no juego con los elogios.
.
Muchas gracias, Narciso. Viniendo de ti, es de agradecer, por supuesto.
ResponderEliminarDel poema final me ha fulminado.Ese homenaje a Cortázar no lo puede hacer cualquiera. Vlad
ResponderEliminar