Con resignación. Así recibió la noticia Paco. Se prometió que la enésima congelación del sueldo ya no le quitaría el sueño. Se adentró en el dormitorio procurando no hacer ruido, y auxiliado por la luz de la pantalla del móvil se acostó al lado de Laura, que farfulló un sinsentido y se acurrucó de costado. Por lo menos, se dijo Paco tras los Padrenuestros, en 2014 no nos quitan la paga. Tampoco durmió mal.
A las cinco y treinta y cinco el despertador le puso en situación y deambuló sin oriente hasta el cuarto de baño. Un hombre de cincuenta y ocho años hace ya todo según puede. Mientras se aseaba encendió la radio. Los orates del alba comenzaban a desgranar la actualidad: “…y hay que recordar a los queridos oyentes que los médicos, los enfermeros, los maestros, los jueces, no se vayan a creer, que también los hay dignos, y los bomberos, por ejemplo… también ellos son funcionarios”.
En el cercanías Colmenar Viejo-Atocha de las seis cuarenta de la mañana los pasajeros no destacan ni en número ni relevancia. Paco ofrece largos bostezos mientras hojea un periódico “de gratis”. Un columnista critica a doble página la congelación de los sueldos públicos: “Los funcionarios son también los policías que nos protegen, los médicos que nos cuidan y los maestros que enseñan a nuestros hijos”.
El metro hasta Nuevos Ministerios presenta más de media entrada. Paco se acomoda junto a una joven que masca chicle. Dos mujeres con uniforme sanitario colocan carteles por el interior del vagón: “NO A LA PRIVATIZACIÓN/NO A LA CONGELACIÓN”. Varios pasajeros las ayudan y alientan.
A las siete y media de la mañana Paco llega a su mostrador y saluda a sus compañeros del Registro de Atención al Ciudadano. Mientras el ordenador se desentumece Paco se acerca a la máquina de café y se trae un cortado descafeinado. Mari Carmen y Conchita parlotean sobre el nuevo paquete de medidas. “Por lo menos el año que viene tenemos las dos pagas”, coinciden. Lee Paco en un periódico digital que los funcionarios acumulan una pérdida de poder adquisitivo cercana al 30 %. No es hombre de vasta ciencia pero calcula que con doscientos euros más, cada mes, podría ser el Rey de Roma.
A las ocho Paco abre la ventanilla y se inicia la riada. En pocos minutos la caravana de administrados gana la calle. En los aledaños del Ministerio se concentran enfermeros y profesores, en otra de sus huelgas, y muchos de ellos aprovechan la proximidad del registro para poner al día sus papeles. Las camisetas verdes y negras dan color a sus reivindicaciones.
Dan las once y el estómago de Paco ruge. Desde aquel primer café solo ha podido saciar su sed. Le ruega a Conchita que le supla unos minutos, mientras él sale a picar algo. Paco avanza hacia la calle humillando la mirada, sin reparar en la fila, que murmulla desairada.
Al cabo de quince minutos regresa entre abucheos. Conchita está reparando la fotocopiadora y la ventanilla permanece desierta. Un tipo de bata blanca le señala con el dedo y amenaza con ponerle una queja. La turba secunda al líder y jalea sus arrestos: “¡Es intolerable!, ¡Qué vergüenza!, ¡Ya está bien!”.
Paco se calla, se sienta y reabre el tráfico. Funcionarios y (putos) funcionarios.
Javier Iribarren
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Javier: gracias por proporcionarnos este
fragmento de realidad cotidiana, donde me
parece haber cazado dos o tres neologismos,
o paralogismos, lo que siempre se agradece.
Uno no sabe apreciar lo suficiente el asunto
de los argumentos, pero es cierto que en estas
pocas líneas, yo -el lector- me he llamado Paco.
Y es como si conociera a las chicas de la
oficina de toda la vida, y…
En fin, un buen trabajo, cuidado
y fluido, supongo que -de algún modo-
sigo percibiendo aquel exceso de conciencia
de escribir que me molestaba en otra de tus
historias -quizá la misma-, pero ahora, no sé
por qué, me parece que la conciencia que
percibo no es la tuya, sino la de Paco.
Mucho mejor así.
Un saludo cordial, prodígate un poco
más para que podamos familiarizarnos
con tu estilo y tus temas -si quieres,
claro-.
Narciso
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Me recuerda levemente al fragmento de Pessoa que hay en Balconcillos. Sólo que el de Pessoa , quien por cierto pasó por hombre gris toda su vida, es aparentemente más conciso todavía.
EliminarGracias
Vladimira