Un hombre labrado en hierro, completamente desnudo, (Es Forner de Lorenzo Roselló), le da la bienvenida a Kavafis. El curtido fragüero invita al poeta a guarecerse en el lago. Al estuario se accede por uno de los cuatro ojos de un puente amurallado. Dos patos negros corretean por el estanque. Un gran arco de sillería abriga sus aguas quietas, reverdecidas por la yedra extendida, que alegre cuelga de la cima del minarete. Las saetas de la catedral aguijonean el impasible cielo reflejado en las aguas de la Bahía. El griego cansado de su trotar por el mar Jónico se refugia en la umbría acogedora del l’Hort del Rei.
Una mujer se quita el calzado, un niño se abalanza sobre unos de los ánades, y Contastino Kavafis se sienta en el suelo apoyando su doblada espalda sobre el muro fresco. Sobre la cumbrera de la gran puerta de hierro que cierra el recinto acuático, incrustada de innumerables cuadrados vacíos, tres palomas de cola negra zurean al pairo de un estío seco. Ocho arcos ojivales desde sus almenas no cesan de mirar a la “Bruja”, otra estatua, pero, ésta de carne y hueso, viviente y de profesión efigie. Ni la Seo, ni el Museo, ni la catedral de Palma tienen tanta aceptación entre los turistas como estos aprendices dioses del mimo. Por su teatral y ajustada complicidad sus representaciones no parecen de mentira. Un niño arrastrado por su mamá berrea de miedo al pasar por delante de la bruja encapuchada, se debate en el eterno dilema: ¿será o no será de verdad este guiñol dentellado, que con sus muecas y carantoñas se gana la vida engatusando a la gente al pie de esta escalinata que conduce a los jardines de la Almudaina? Cada vez que un viandante deposita su óbolo en la pequeña cajita de madera al pie de la estatua viviente, los cincuenta caños de agua repartidos en dos rectangulares fuentes a lo largo del parque, se agitan gozosos con su acuátil música danzante.
Las risas calladas de la bruja se enredan ahora en el expresivo ramaje de limoneros, sabinas, tuyas y cipreses que rodean a la Jónica mutilada, mujer desnucada que tiene por senos dos soportes circulares rematados por el liso aplastamiento de su culminación acéfala. La columna, de sobacos para abajo, se mantiene desnuda hasta el estrangulamiento de sus resistentes muslos. El escultor ha decapitado sus piernas. Una muchacha sin piernas, es como en edificio en ruinas, una mujer sin belleza.
El capitel de la Jónica, enseña sus genitales al aire, oteados desde la Seo por un Santiago Apóstol blandiendo amenazante su bastón de peregrino. Al pie de la escultura, un texto, que por su lejanía no acierta a descifrar el santo, quizá le libraría de sus prejuicios obscenos, supliría con su sublimado contenido, efluvio poético de su mística descocada, la inmortalidad marmórea de esta diosa mutilada, censurada de los pies y la cabeza.
Un alto mozo, mientras que su novia le hace una foto, ajeno a las elucubraciones del Apóstol, estira hacia arriba sus musculosos brazos hasta agarrar con sus dedos los pezones de las tetas del capitel. En ese momento las flores de las begonias, campanas repicando, se abren al calor del mediodía.
¡Paseo por Mallorca! -grita ahora con voz de niña cansada el muchacho de un carruaje aparcado en el pórtico de la catedral. Y Kavafis llevado por el ritmo gongoriano de las alas de los patos que mueven las suaves aguas del estanque escribe sobre el pedestal de piedra de una diosa castrada de abrazos y correrías:
Aunque rompimos sus estatuas,
aunque los expulsamos de sus templos,
no por eso murieron del todo los dioses.
Oh tierra de la Jonia, a ti te aman todavía,
a ti sus almas te recuerdan aún.
(Jónico. Kavafis)
Juan Serrano
de su blog: Blao
5 septiembre, 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario