El aire pinta de azul el cielo con ese color sagrado del bote de los milagros. Quiere el azulolimpo encalar de transparencias el talle esbelto de los cipreses con su sideral pureza.
Los cipreses, ¡siempre los cipreses! Y a mi paso se callan enmudecidos como gatos en muestra con sus ojos hacia lo alto, su excelsa presa. Son el baluarte de la frontera abisal de mis adentros. Los puse mirando al norte, para detener los vientos, para proteger el germinar de mis sentimientos, y para, con su sombra, decirle al sol que nada es eterno.
Por los senderos del día me acompaña solícito siempre el perro. Le intimida al perro el silencio de los cipreses. Pasa el can junto a ellos con la cabeza gacha y el trote siniestro. El perro, además de ladrar a las ratas, a la noche y al miedo, lo hace también contra el fatalismo romántico de estos árboles, nido y púlpito de chicharras y popes de cachiporra. Los cipreses y el perro siempre están cuando me levanto, también cuando me acuesto, me acuesto porque no aguanto estar de pie frente a tanto ser irracional pensante que abunda por ahí a campo abierto. Nunca dejaré de sorprenderme de la facilidad de los cipreses y el perro para hacerse con mis pensamientos. Cada uno a su manera. El perro con su sensibilidad. Los cipreses con su filosofía. Y hoy quisiera conjuntar en ellos y en mi estas dos desavenencias. Casar corazón con cabeza. Y nos vamos los tres de vacaciones a Nueva York.
La tarde es apacible. Siempre creí como Protágoras que el hombre era lamedida de todas las cosas. Y nos acercamos cipreses, perro y un servidor al Bronx Zoo. Queríamos recrearnos viendo a los pájaros sin jaula, a los lobos comer junto con los corderos, a la culebra jugar con el erizo. Y de pronto, sin venir a cuento, ambos, (cipreses y perro), me miraron con odio, con espanto. Habían visto en un espejo mi cara de especie humana, y debajo un cartel que decía:
!Precaución. No acercarse. Este es el animal más fiero que existe, el más cruel, el más sanguinario, el único capaz de destruir en masa a su propia especie!
Juan Serrano
de su blog: Blao
20 julio, 2013
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