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Los fluidos del alma se espesan a medida que la estación sombría, todavía distante, avanza hacia nosotros, mientras los días claros y alegres del verano comienzan a parecernos lejanos. Nos debatimos en un tiempo ambiguo que nos enferma de melancolía. Percibo en la distancia los lentos movimientos de los viejos trovadores descordando su laúd, recogiendo sus amarillentos poemas en el breve hatillo de sus pertenencias y hasta aquí llegan los ecos de canciones dionisíacas que antiguos viñadores grecorromanos. ¿Por qué esta estación ha de evocarme un mundo abolido de oros oxidados y templos derruidos?
Oh! Flébil violín de Emilio Carrere, deja de barrenar mi cerebro. Calla tu chirrido simbolista y decadente. Como el ahogado que en las aguas oscuras y malignas se agita en su lecho de algas por un sueño de carruajes de corcho tirados por caballitos de mar que lo llevan a la radiante superficie, así mi espíritu se halla convulso. Un hai ku entono, como breve lamento.
Un decadente
resplandor de membrillo
el sol de otoño.
Antonio Envid
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