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El fotógrafo de la fiesta ha metido en la ventana del peligro a un torito guapo, parado en lo alto de las piedras. Es un buen mozo, apretado de llaves, zaíno, veleto, abierto y afilado de pitones, que derrama la vista desde su posición, tal vez midiendo la plaza: ‘que nadie lo toque, que lo dejen tranquilo y no lo provoquen’.
‘Ese toro bonito ya nació para semental, las vaquillas lo siguen y no lo dejan descansar’. Ahí está, vengándose de los colores y amenazando con tirar los brazos por la borda, duro como un horizonte, fuerte y dolido de piernas, inmenso.
El torito guapo está delantero y chorreando, como para echar el carbón de su noche, como agarrando la carne de su hoguera. Engendra la cabeza y discurre eléctricamente, con estilo, con estampa, extraordinario y feroz.
‘Se lleva detrás todas las hembras, las quisiera montar todas a un tiempo a pesar de tener sólo dos yerbas’. El bicho está en la soledad grande y tranquila, casi fría como el espacio en el que se mueven las estrellas tiernas.
Tal vez está numerando el tamaño, de espaldas al cielo para no ver su tremenda oscuridad, que no descansa de tragarse toda la luz que le llega. Es un morlaco serio y siniestro, una gran visita de energía que nos está haciendo el teléfono desde lo alto de las piedras para recordarnos quién manda, para que no olvidemos que la muerte no llega más que una vez, pero se hace sentir en todos los momentos de la vida.
‘Una hembra se dejó babear bajo una encina, cuando quiso escapar, ya estaba encima’. El torito guapo sabe que el mejor camino para llegar a los sitios es siempre a través, y que, una vez que se conoce el peligro, ya no se puede vivir sin él.
Se mueve en el infinito y se parece a su dolor: el único problema de ser toro es que ocupa todo el tiempo, y ser toro, además, es un caso límite: es un animal persuasivo más que informativo, y que, si es necesario, desnuca el sentido común para conseguir enseguida todo aquello que quiere, siempre por las bravas.
Con todo, como los hombres, el torito guapo muere porque no es capaz de juntar el principio con el final, aunque el toro, por bonito, pueda mirarse al espejo junto a una lámpara.
Narciso de Alfonso
El Merodeador, IV
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