La escena se desarrolla en los deliciosos jardines de la Villa Adriana durante una dulce mañana de primavera o estío
EL ARQUITECTO. -¿Me has hecho llamar, César?
ADRIANO. – Sí, Celso, y que trajeras los planos de las fortificaciones del limes germánico. Se es césar cuando se está despierto y cuando se está dormido; En Roma y aquí en la Villa Adriana; vestido o desnudo. ¡Si al menos pudiera quitarme esa condición algunas horas al día, cómo si fuera una túnica!
EL ARQUITECTO. – Son simples fortificaciones militares, César, no merecen que gastes tu precioso tiempo en ellas. Esta villa y sus jardines o el Panteón sí que están a la altura de tus grandes dotes edilicias.
ADRIANO. – Mi querido Celso, cómo has aprendido las maneras palaciegas. No quieres terminar como Apolodoro.
EL ARQUITECTO.- (asustado) -¡César, yo……!
ADRIANO. – No temas. He cometido muchos crímenes. Unos, porque un Emperador no tiene más remedio que cometerlos, otros, porque un hombre está sujeto al error y a las pasiones. Así pues, digamos que he errado por lo menos el doble que cualquier mortal. El pueblo y la Historia me absolverán de unos y otros, pero no perdonarán los infundios. La calumnia tiene tal fuerza, que no solo desarrolla su maleficio cuando se difunde, sino que cobra más vigor a medida que pasa el tiempo, se autoalimenta, es como un ciclón. La Historia me perdonará mis graves errores y sin embargo recordará dos delitos que no he cometido, que ni siquiera pudiera haber concebido: el asesinato de Apolodoro, el arquitecto de mi padre el divino Trajano, y la muerte de mi queridísimo Antinoo. Apolodoro era un petulante, pero no merecía la muerte. El aprecio que le tenía mi padre era suficiente salvoconducto para él. En cuanto a Antinoo, mi vida le pertenecía, no lo contrario... todos los días visito su estatua y lloro por él y por mí.
EL ARQUITECTO. - (Tratando de cambiar ese peligroso discurso, mientras dos criados acercan una mesita portátil extiende ante el Emperador unos planos, permaneciendo respetuosamente de pie) - Aquí en el plano podrás ver, César, dónde se sitúan los fuertes. Son los puntos vitales de la defensa. El resto es un mero muro de tierra con zanjas. Esta zona la conoces bien, puedes hacerte cargo de la escasa o nula efectividad defensiva de este muro.
ADRIANO. – Es cierto, es la zona donde combatí contra los bárbaros cuando yo era joven y estaba lleno de vigor. El pueblo romano, entonces bajo el reinado del divino Trajano, también era vigoroso, en cambio ahora, todo es decadencia. Roma está tan hidropésica y con el pulso tan débil como yo. (Levantándose de su escaño y acercándose al arquitecto hasta casi rozarlo, con intimidad). No, no me interrumpas con una lisonja, querido Celso, no soy inmune a ellas, ni mucho menos, y sé que las dicta, en este caso, el afecto, pero hay que rechazarlas cuando se trata de un asunto de verdadero interés, como éste. Ya sé que estos muros y zanjas de tierra no disuadirán a los bárbaros.
EL ARQUITECTO. –Me alegro de oír esto. Estoy cansado de discutir con el intendente. Hay que hacer una obra recia. Las primeras hiladas de piedra bien aparejada, terminando el muro con ladrillo y tierra apisonada… (Adriano le interrumpe con un gesto de la mano)
ADRIANO. – Para una defensa efectiva del limes necesitaría cien legiones que no tengo ¿Qué haríamos con un buen muro sin defensa militar? El muro no es para impedir la entrada de los bárbaros. No lo traspasan porque no tienen interés en ello. ¿Qué encontrarían entre nosotros? Una vida sin objeto, escepticismo, pereza, molicie, esclavitud de unos por parte de sus amos y de otros por sus vicios. No. Esto no les interesa, ellos tienen una vida libre, con un objetivo firme: vivirla, con sus trabajos y sus placeres, sus zozobras y alegrías, y vivirla día a día, momento a momento. Ahora un hartazgo de carne y cerveza, después… quizá, una larga vigilia. Si un día se deciden a traspasar la frontera no tendremos fuerza que oponerles, su determinación será incontenible. El muro es para que no lo traspasemos nosotros, para que sepamos donde termina el mundo romano, a partir del limes se abre un universo desconocido. Nosotros tememos esa libertad, esa vida donde se pasa de la angustia al placer sin transición, sin términos medios, la vida del instinto. Necesitamos la muralla que nos impida salir a ese mundo bárbaro de reglas simples y esenciales….Necesitamos un muro, como el pájaro criado en reclusión necesita su jaula para sobrevivir.
Antonio Envid
Resulta curioso que mientras Servando editaba su artículo en El Comarcal, yo estuviese escribiendo esto. En ambos se habla de ilusorias murallas que levanta España o Europa.
ResponderEliminarPor supuesto que mi escena es una alegoría y aprovecho a Adriano para hablar de la europa actual, que pretende atrincehrarse del resto del mundo rodeandose de un baluarte con cimientos de barro: el euro, fuera del caul parece no haber salvación (y dentro, como se ve, tampoco) mientras las imparables fuerzas de la Historia nos agitan y amenazan con hundirnos.
Non problem, querido Antonio, los chinos ya están rompiendo sus murallas. De hecho, ya tenemos a uno vestido de baturro cantando jotas, por allá por los pirineos.
ResponderEliminarNon problem, enseguida nos fagocitan (se serviran de lo mucho y bueno que hemos generado y de ahí saldrá una nueva e híbrida civilización, esperemos que sea para mejor, pero seguramente será -como marca la evolución- para peor).
Por cierto esta afoto de Adriano la hice hace unos meses porque sabía que tarde o temprano acabarías hablando de él. (Adri-vino kés uno).
Después de buscar el significado de la palabra alegoría -y no enterarme muy bien de su significadoexacto, más si intuirlo-, a mí me ha parecido una alegoría de la libertad individual.
ResponderEliminarVladimira