Villamayor de Gállego, 5 de julio de 2010
En la trasnochada continúo con las imágenes del Orgullo Gay pegadas en la retina. No es que me escandalice ver todo ese desfile de carnes: flojas, prietas, mórbidas, flácidas, celulíticas, musculosas… En fin, es lo que hay. Vivimos en la era del despelote, todo el quisqui se despelota. Se despelotan los ciclistas, los anti taurinos, los bomberos, los de la tercera edad… Algunos lo hacen por una buena causa, otros por… por exhibicionismo puro y duro, en cualquier caso exhibicionismo: enseñar, mostrar, presumir de. A decir verdad, los españoles deberíamos haber evolucionado. ¿Recuerdan aquel sarampión pornográfico en plena Transición? Pues bien mirado seguimos en las mismas, sólo que ahora no lo hacen las actrices por exigencias del guión; ahora lo hace el pueblo llano para manifestarse, para nada. Se ha dejado a un lado la pancarta para mostrar un cuerpo reivindicativo. No entiendo ni comprendo que mostrar un cuerpo desnudo, algo que debería ser tan natural, se convierta en algo subversivo. Para mí no tiene sentido, salvo de exhibirse. Y es que para despelotarse no hay que pensar; si fuese necesario pensar la cosa cambiaría.
Cuanto más vivamos más veremos, dice mi madre. Hay algunos que no ven más allá de sus narices y no me estoy refiriendo a los invidentes. La causa de la falta de visión en las personas videntes es la ceguera existencial, un mal común que aqueja a la gente que no desarrolla, que no piensa, que no evoluciona. La ceguera. Se han escrito muchos tratados sobre ella, pero no la comprendemos y quienes menos la comprendemos somos los que vemos.
En mi época madrileña trabajaba en la Calle Prim, frente a la sede de la ONCE. Todos los días veía a mucha gente invidente acercarse por allí, me llamaba la atención lo jóvenes que eran algunos: unos llevaban bastón, otros se acompañaban de sus perros lazarillos. Ver al perro guiando a su amo a la boca del metro me encogía un poco el alma. Y pensaba cómo puede valerse una persona en la oscuridad. Si para mí, que veía, coger el metro era un obstáculo, me preguntaba cómo sería para un ciego la tarea de meterse en aquel hormiguero. Los admiraba. También admiraba al ciego que cantaba los números de los cupones en la estación de Moncloa, que con su voz de barítono convocaba a los usuarios para venderles estampas para que la diosa Fortuna les asistiera. Tenía buen humor y cantaba. Las señoras lo rodeaban para alabarle la voz y de paso comprarle un boleto. El tenía buenas palabras y bromas para todas. Un día una de ellas, muy emocionada, le comentó: Hoy hace veinticinco años que me casé. Él, muy socarrón, se lo puso en bandeja: Que cumplas muchos más. Ella se apresuró a decir: Y tú que lo ve… Él soltó una sonora carcajada: ¡Dilo, dilo! Y tú que lo veas. ¡Ojalá lo viese! El ciego sintió que la mujer se había quedado cortada y riendo a mandíbula batiente le dio ánimo: No te preocupes, mujer. Es lo que se dice siempre y bien dicho está.
Ciudades sin barreras. Está bien tener en cuenta a los discapacitados a la hora de hacer proyectos para las ciudades que quieren renovarse, está bien facilitarles los accesos, quitar escaleras, quitar obstáculos. Es más, esto no tiene ningún mérito, pues de paso nos beneficiamos todos. Pero hay algo que los ciegos existenciales hacemos continuamente: poner barreras. Hacemos ciudades sin barreras para luego ponerlas nosotros mismos, con nuestras propias manos. ¿A qué viene esto? Pues viene a cuenta de que en la sede de la ONCE en la madrileña Calle Prim, los coches y furgonetas los aparcaban en doble fila. ¿Se pueden figurar Vds. lo que tiene que hacer un ciego para cruzar la calle? Recuerdo que un día vi a uno desesperado, desorientado por completo, tal era su cabreo que daba bastonazos al aire. Crucé la calle para ver qué pasaba, lo encontré detrás de una furgoneta intentando seguir adelante, dando bastonazos a diestro y siniestro sin saber cómo seguir. No hace mucho, aquí en Zaragoza, me encontré con una ciega que estando en un paso cebra quería cruzar la calle y un coche mal aparcado se lo impedía. ¿Quieres pasar? Le pregunté. Ella me contestó enfadada y con chispa: Han puesto un coche en el paso cebra y no puedo pasar, además, si no me equivoco me parece que es de la Policía Municipal. Yo no me daba cuenta de la hazaña, pero la mujer estaba en lo cierto. ¿Qué hace un coche de la policía aparcado en un paso cebra? Le respondí que estaba en lo cierto y me dijo: Lo mismo lo denunció. Me eché a reír y me pidió que la cruzara a la otra calle. Riéndome le dije: A tu izquierda tienes a los municipales.
Y esta trasnochada con las imágenes del Orgullo Gay pegadas en la retina, viendo a tanto ciego existencial, me acuerdo de los que viven en la oscuridad.
El sábado pasado, yendo por la Gran Vía madrileña, tropecé de sopetón con los "impresentables personajillos" del "orgullo gay" (!menudo orgullo!, besuqueos,toqueteos, etc, y lo mas lamentable, proliferación de menores, repartían preservativos !GRATIS!, una señora de las calles adyacentes se lamentaba de que uno de los participantes en esta carabana del despelote, se orinase debajo mismo de su portal, !Hijo de puta! esgrimía por su boca, mientras el sujeto con una mano sujetaba la bandera tricolor y la otra la utilizaba para acceder a la bragueta, por lo visto era hombre aunque con ropa de mujer.
ResponderEliminarA lo lejos unos cuantos fortachones andaban semidesnudos, besándose continuamente.
Todo ello me recordó al alemán Fassbinder y al italiano Pasolini, ámbos protagonizaron sendos escándalos en los años 70.
Los ciegos ven sin mirar y los que miran no ven. La foto es muy buena, ya me dirás donde está tomada.
ResponderEliminarHay una zona aquí al lado que prohibe el velo y el tosrso desnudo.
La foto la hice con mi teléfono móvil y pertenece al jóven de Mozia, que está expuesto en la Fundación Museo Whitaker.
ResponderEliminarLa foto la ha mejorado Servando.
María Jesús Mayoral