sábado, 10 de julio de 2010

UN ATROZ DESATINO (Servando Gotor)

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Jorge Semprún, combatiente de la Resistencia francesa durante la ocupación nazi, dirigente comunista expulsado del PC por Carrillo en 1964 (a Carrillo lo expulsarían a su vez en el 1985) y Ministro de Cultura con Felipe González, tiene dicho en su novela “Autobiografía de Federico Sánchez” (premio Planeta 1977), refiriéndose al régimen de Stalin, que “un sistema de este tipo necesita rehacer constantemente la historia, reescribiéndola, para ajustarla a las necesidades tácticas del momento político. Por ello, el peor enemigo de ese sistema es el testimonio verídico. Una memoria lúcida y crítica es la peor enemiga de esa pragmática y arbitraria historia de los desmemoriados. Al asesinar a Trotsky (…) Stalin no sólo asesinaba a un adversario político peligroso. Asesinaba también la memoria de la revolución”.

Hablar de memoria colectiva es lo mismo que hablar del sexo de los ángeles: una fantasía cuando no una auténtica falacia. Porque la memoria colectiva no existe. La memoria es una facultad personalísima del ser humano, del “individuo” y, como tal, algo esencialmente “individual”. Además, como “humana” es también “falible” (susceptible de error), “subjetiva” (interesada) y “parcial” (no abarca más allá de uno mismo). Tan personalísima es la memoria que sin ella el individuo no sería consciente de su propia existencia como tal: “somos” porque recordamos. En cuanto la memoria falla dejamos de ser, “nos enajenamos”.

¿Y la Historia? La Historia es (debe ser) un intento de aproximación objetiva al pasado con todas las limitaciones propias del ser humano, del individuo. Una reconstrucción objetiva a base de datos e indicios objetivos. Sirve para satisfacer la insaciable curiosidad humana, para hacernos una idea (siquiera difusa y hasta confusa) de nuestros orígenes y, sobre todo, de instrumento para conocer errores pasados y aprender de ellos. La Historia, desde el punto de vista práctico, es algo meramente instrumental: volvemos la vista atrás –decía Ortega- porque lo primero es mirar hacia adelante.

El más grave error –desde esta perspectiva pragmática- de nuestro Gobierno ha sido su obsesión por la Historia. Haber hecho del instrumento un fin. Y hasta tal punto ha sido y está siendo así que sólo piensa en cerrarla, en hacer de ella algo con entidad y vida propia con un principio y un fin perfectamente delimitados, un todo único y coherente. Y esto, insisto, es una fantasía cuando no una auténtica falacia. Y como tal fantasía obliga –para que resulte creíble- a invenciones conceptuales absolutamente absurdas y carentes de contenido: enjambre de adjetivos que ocultan la total ausencia de ideas y conceptos. El propio concepto “memoria histórica” es en sí mismo contradictorio. Pero esto no es algo nuevo, como hemos oído a Semprún. Hacer de la Historia un fin en lugar de un medio constituye una antigua tentación: desde los Reyes católicos hasta Hitler Franco o Stalin. Detrás suele haber una concepción colectiva del universo cuyas referencias filosóficas andan por Heráclito, Platón, Duns Scoto, Berkeley, Hegel y Marx.

No es malo que el poder se preocupe por la Historia como no es malo que el poder se preocupe por cualquier manifestación cultural. Lo peligroso es cuando esa preocupación deviene en obsesión. Porque cuando así es, cuando el poder se obsesiona con la Historia, acaba por manipularla en su propio beneficio olvidándose del futuro y hasta del presente. Y nuestra situación actual no puede ser más patética: políticos profesionales sin mundo, formación ni experiencia; una administración hipertrofiada, una inaceptable hemorragia legislativa, una prensa y unos sindicatos serviles, unas cifras de paro espeluznantes y un déficit alarmante. Y, por supuesto, atiborrados de deudas. Hasta de “deudas históricas”. Un atroz desatino.




El Comarcal del Jiloca
09/07/10

1 comentario:

  1. Deuda histórica es la que tiene conmigo mi cuñado. A pesar de la cara que le pongo él le echa más cara todavía.

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