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"Sabía que la forma que tenía Picasso de quitarse
de encima una mujer tras otra, era pintarlas"
(Françoisse Gilot)
El pintor, un obsesivo. Siempre dale que dale con lo mismo. Un autista que
se siente seguro embebido en su automatismo circular y rítmico. Hoy quiero
quitarle al pintor de sus manos la brocha de sus flores cacofónicas, los azules
de sus demoiselles repetidas; y se pone como un basilisco, como si yo quisiera
arrancarle de la carne su virilidad arrogante. Y me dice:
La base de mi estabilidad emocional consiste en pintar siempre el eterno femenino. ¡Mira el sol, la luna, si no caminaran por sus coordenadas de siempre! ¿qué sería de nosostros?
El pintor se siente perdido si no echa
todos los días hacia su estudio del bulevar de Clichy por el mismo callejón del
Humo. Siempre pintando a sus amantes, sus viudas, la bravura de su toro
dolorido. Y le pregunto:
¿Por qué esta manía tuya de hacer siempre el mismo recorrido, de pintar los mismos senos, el mismo busto, el mismo pelo, el mismo ombligo?
El pintor, como si yo le hubiera puesto en bandeja
su respuesta, animado me contesta:
Hasta que no vea en mi tela empapada cómo se desbordan de leche los pechos de mis mujeres, no pararé de pintarlas.
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