El estudio de Bernardo tiene nivel y te das cuenta
nada más entrar porque
en el recibidor hay una enorme reproducción de El
jardín de las delicias de El Bosco, sátira pintada de los pecados y
desvaríos de los hombres, según Fray José de Sigüenza.
Viene muy bien cuando toca esperar porque ese cuadro es un pozo sin
fondo; dónde va a parar, mucho muchísimo más entretenido que el Un Dos Tres
de los sábados o el Mánnix de los viernes;
oye Bernardo ¿y a ese, al que le han clavado una flor en el culo... eso qué coño quiere decir? A ti que te
importa pedazo maricón. A Maripili Alastruey, cuando fue para la foto del DNI, su mamá le
prohibió terminantemente contemplar aquellas marranadas, anda hija, anda, no
mires esas cosas por dios, que no son más que cochinadas, sinvergüencerías
indecentes, como la rubia esa descocada del dibujo de abajo, ahí medio en
pelotas la muy guarra, con media teta al aire (se refería a Muchacha rubia
con hombro desnudo). La madre de Maripili Alastruey se hace cruces
porque no entiende cómo don Alejandro, el párroco, aún no le ha parado los pies
al sinvergüenza de Bernardo H., ni cómo pueden llevarse tan bien los dos, que
los ve a menudo por la plaza Santa Cruz o por Méndez Núñez discutiendo
calurosamente porque al cura le gusta David Lean y al fotógrafo Truffaut y los
de la nouvelle vague. La madre de Maripili Alastruey va al estudio de
Bernardo H. porque no tiene otro remedio, porque en el barrio la señalarían con
el dedo y la tacharían de burguesa, por eso;
pero por lo que no pasó nunca fue porque su hija apareciera en la
vitrina del fotógrafo éste, que parece más un poeta, un bohemio o un
estrafalario corruptor de menores al que le tendrían que hacer como a su
hermano, el Román, el de la tienda de discos: encerrarlo. Aunque, luego, cuando le agujerearon la
garganta... bueno, ya va bien, ya va
bien servido con el cáncer, castigo de Dios. La madre de Maripili Alastruey era
aprendiz de peluquera en Barbastro, enviudó joven y montó su propio negocio en
Zaragoza para que su hija la Maripili pudiera estudiar en un colegio de monjas
de la capital. La Maripili no lleva muy
bien eso de ser de Barbastro y como la mayoría de las de pueblo lo tapa despampanándose,
siendo la más lanzada del barrio; pasó primero por una época de hortera con
minifalda y botas altas y brillantes, eso era cuando cantaba y bailaba la
canción aquella de la hija de Sinatra, These boots are made for walking,
hasta que su madre tomó cartas en el asunto y le leyó la cartilla, entonces se
pasó al extremo opuesto, a la avanzadilla intelectual, tras un periodo de
transición como pija con lacoste, y se la vio en el barrio con gafitas y mirada
interesante y novelas de Kafka y Herman Hesse (El lobo estepario, of course) proclamando a voz en grito el amor libre, haz
el amor y no la guerra, y el uso de las antibabys; así que la madre de la Maripili Alastruey
anda todo el día martirizada con un cilicio pensando que fue peor el remedio
que la enfermedad, dando la cosa ya por perdida desde que la Maripili colgó los
libros en cuarto de bachiller, se metió en una compañía de teatro y se
matriculó en francés en la Kühnel en horario nocturno, coincidiendo con la
Charito Rosales, y luego se ganaba unos duros de camareratíabuena en el Qutildeque,
donde se hacía llamar “Larisa”, nombre de guerra adoptado para comerse la
capital. En todo caso, por lo que sea,
la madre de Maripili Alastruey no cae muy bien en el barrio.
Y ya dentro, en el estudio, clic, el disparo,
la ejecución. La mirada siempre al
frente, tras la cámara, hacia el doctor Mabuse, el tipo aquel huraño, sañudo y
cejijunto y con cara de pocos amigos que parecía querer salir de su propio
retrato para matarnos a todos. La
soledad gime entre sueño y sueño. Aquí,
eh, aquí, sí: mirando al pajarito. ¿Al pajarito? Al pajarito, ¡no te
jode!. Además, menuda pinta de pajarito
tenía el Mabuse ese. Un pajarito de
verdad como el doctor loco aquel de la película de Fritz Lang. Supongo que sería para compensar la
blandengue sonrisa que nos ponía a todos la vitrina de abajo: Muchacha rubia con hombro desnudo.
Servando Gotor
La ciudad sin faro, 2008
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