Mónica es que se aburre de bostezo imparable, ha alcanzado ese punto de no retorno en que el tedio ya no admite marcha atrás ni alivio ni consuelo. Quizá es que vive por encima o por debajo de sus posibilidades, con esa gabardina también cargada de puro aburrimiento, abrochada hasta las más altas solapas y con muchos botones de más.
Hay un ambiente de vapores soporíferos o de largas mañanas domésticas con toda la colada pendiente. Mónica está hermosa a pesar de los graves impedimentos que la rodean y poseen, discretamente hermosa, como una niña guapa entre otras niñas guapas.
El bostezo sin retorno es, ya se sabe, contagioso como un bacilo feliz entre algodones que vive de abrir bocas. Mónica sale humeando entre sus propios dientes –lo dijo el poeta, que siguió: pujando, cogida con un palito por el puño de la camisa.
El aburrimiento viene del alma agachada, a veces atravesada y sola, a veces torcida y tirada: el alma que está a punto de caerse entre los faldones del intestino, amodorrada y granate de ojeras, irrecuperable para esta tanda, sí.
Narciso de Alfonso
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