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En tiempos llegaban desde las huertas de
Ranillas traídos por madrugadores rabaleros hasta el mercado capitalino. Eran
los tomates de Zaragoza, de los que se envanecía la ciudad. Hoy aquellas
feraces huertas alimentadas por los nutrientes limos del Ebro en sus crecidas
son casas-colmena habitadas por gentes que salen presurosas por la mañana a sus
quehaceres atravesando un vulgar panorama de avenidas jalonadas de homogéneos
edificios y surcadas por incesante tráfico. Por eso, cuando llamaron mi
atención desde el escaparate de la
frutería, los miré incrédulo. Si señor, son de Zaragoza, bueno, de Utebo, que
es mi pueblo, pero son de esa clase. Son los primeros de este año. Ya verá que
buenos.
El tomate que se cultivaba en la huerta
cesaraugustana, hoy en proceso de extinción, era de una casta noble, digno de
figurar en el gotha de las solanáceas. Me dicen que los científicos de Aula Dei
custodian celosamente sus semillas en su banco de geoplasma, moderna arca de
Noé, a la espera de una refundación del mundo sobre bases auténticas.
Perteneciente a la más antigua nobleza rural, sus especímenes son más bien
grandotes, de aspecto rústico, pero su piel, fina y delicada, muestra un
hermoso color entreverado de verde y rojo. Sale a la mesa como si llegara de
una cruenta batalla, heroicamente hendido por su mitad, mostrando su roja y
jugosa pulpa, y, a pesar de tan cruenta herida, reidor y alegre, y la boca se
llena de jugos a la vista de tan atractivo alimento. Su noble sabor, un punto
dulce en su acidez, no precisa de otro aditamento que un polvo de sal y un
generoso chorro de aceite de esas aberquinas de la tierra, pequeñas, sabrosas y
sufridas.
Para la preparación de este regio tomate hay
que servirse de gestos cuasi litúrgicos, como para un sagrado sacrificio: se
corta por la mitad atravesando su fina y delicada piel, con movimientos
precisos y solemnes; sobre ambas mitades, mientras su jugosa sangre fluye, un
polvo de sal y un generoso chorrito de aceite virgen. Tras este rito de
consagración sale a la mesa para ofrecerse en una alborozada eucaristía a todos
los comensales.
El tomate es un indicador claro del deterioro de los procesos productivos agrícolas. ahora hay mucho tomate inodoro e insípido lleno de agua transparente y con unas pepitas desprovistas de su viscosidad verde. Yo acudo a un mercado en el que no sólo hay de zaragoza, sino el rosa de Barbastro y los cursis raf y cherry.
ResponderEliminarAbsolutamente de acuerdo. Lo del aceite también, pero con sal gorda mucho mejor. Y en Aragón hay muy buenos aceites, más suaves que los de Andalucía pero muy adecuados.
Si se puede evitar no deberíamos comprar tomates en las grandes superficies, sólo comeremos agua.
Salud!!!
Vladimira
Querida Vladimira no deberías guardarte el secreto de donde pueden adquirirse tomates de Zaragoza (aunque se cultiven en Utebo)
ResponderEliminarel tomate rosa de Barbastro todavía es bastante genuino, pero el raf está muy falsificado
En cuanto a aceites, los de Aragón son excelentes, tanto los procedentes de aberquinas (deliciosos, yo casi me los bebo como si fueran zumos)como los de ampeltre del bajo aragón, aunque no reniego de los genuinos andaluces, los obtenidos con presion, no los industriales obtenidos mediante procesos químicos.
Un caluroso saludo
Que canto al tomate de pura raza...de donde provenga.
ResponderEliminarUna pareja de amigos (el de Belgica y su mujer del Congo)pasaron por el pueblo de mi mujer) comimos tomates del "primo": feos a la vista pero "que gusto".
Al dia siguente, ya no teniamos "tomate del primo" : que desilusion...hubo recriminaciones...
Placeres sencillos...
Bernardo el Belga
Bernardo: desconfíe usted de la belleza artificial del tomate porque le pasa como a algunas personas que son muy guapas pero que dentro de la cabeza no tienen sustancia.
ResponderEliminarV
El tomate del 'nuecero' de Úteb
ResponderEliminaro es inmejorable.