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Aparte de su belleza formal, algo misterioso tiene el retrato de Giovanna degli Albizzi que fascina al espectador. Hacia finales del siglo XV el maestro Ghirlandaio representó a esta joven florentina. Hay muchos retratos de la época, pleno renacimiento italiano, tan buenos como el presente, pero esta pintura, por alguna razón, atrae de forma especial y la convierte en la joya del museo Thyssen.
El maestro usó de su mejor técnica, pero también de un gran amor, se nota, para realizar el retrato. Presenta a la joven de perfil, canon poco usado, salvo en el arte egipcio y en la medallística, en ambos casos para mostrar dioses, faraones, emperadores y reyes. Esta postura realza los rasgos faciales y confiere cierto porte mayestático, pero sobre todo, en este cuadro pone de manifiesto dos cualidades que con otra pose pasarían más inadvertidas: el largo y flexible cuello de la joven, uno de los atributos de la belleza femenina (ya el Arcipreste elogiaba el largo cuello de garza como seña de donaire), y sus rubios cabellos recogidos en artístico y laborioso peinado en una adorable nuca. El rico brocado de su vestido y unas perlas que penden de una delgada cadenita son los únicos atributos que se permite el pintor para mostrar que la dama pertenece a una rica familia. Sencillez en el atuendo, aunque lujoso, para que nada distraiga la serena belleza de la joven, rasgos proporcionados y nobles, artístico peinado, seno breve.
Sin embargo, a pesar de la belleza y juventud de la retratada, las ricas sedas del traje, un halo de tenue tristeza envuelve el cuadro. El secreto quizá se encuentre en que cuando Lorenzo Tornabuoni encarga hacia 1489 al maestro Ghirlandahio el retrato de su esposa Giovanna degli Albizzi, ésta ya había muerto. De este detalle se informa en la cartela que se encuentra en el fondo del cuadro. El pintor había conocido, necesariamente, a su modelo, pertenecía a una de las mejores familias de Florencia e incluso recordaría las faustuosas fiestas de su boda dos años atrás, cuando ambos contrayentes de dieciocho años parecían encarnar el colmo de la felicidad, y se esfuerza en representarla en su espléndida juventud, pero sobre él pesa el sentimiento de su ausencia, de que tanta felicidad y hermosura ha sido arrebatada cruelmente, de ahí esa serenidad, más allá de los azares vitales, quizá ya en el puesto de las diosas, ese aire de intemporalidad que desprende el cuadro y lo hace misterioso.
Conociendo la historia, la pintura todavía aumenta nuestra fascinación. Apenas dos años atrás, Giovanna resplandecía de felicidad, se unía en matrimonio con Lorenzo Tornabuoni, vástago de una de las familias más ricas de Florencia, emparentada con los Medici. Ambos eran jóvenes y bien parecidos y durante tres días, que duraron los festejos de su fastuosa boda, fueron los protagonistas de la vida florentina. Al año, el matrimonio se vio fructificado con un nacimiento, que colmaría, sin duda, los anhelos de la pareja. Sin embargo, otro año más y la vida les torna la espalda mostrando su faz más dura, la bella Giovanna muere de las complicaciones de un nuevo embarazo, cuando todo eran promesas de ventura y se desplegaban ante ella muchos años de buena fortuna. Los amados de los dioses mueren jóvenes, para que quede de ellos una bella imagen.
Antonio Envid
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