sábado, 22 de octubre de 2011

A TREBOR LE GUSTABAN LAS JUANOLAS... (Servando Gotor)

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SGS

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Cinco vertical.  Desconocido, no sabido. Ocho letras.  Ignorado.  Sé que es ignorado, pero no es correcto.  El crucigrama está mal hecho. 

Pasen, pasen y vean…

Cuando la señorita Frieling entraba cada mañana en el estanco de Harper y, especialmente los días lluviosos, encontraba en la tertulia del mostrador al señor maduro y atractivo de cabello ceniciento que, luego, una hora después, en la salchichería de Rooney, untaba tostadas en el café siguiendo el parte en el viejo televisor, ni de lejos podría imaginar que aquel hombre fuera Alejandro Stocovick. 

Exceptuando este encuentro matutino, casi cotidiano, la señorita Frieling, Diana Frieling, tenía referencia de Stocovick por dos vías: la primera y más antigua porque ya desde sus tiempos de universitaria era ferviente admiradora de sus trabajos literarios; y la segunda, porque Stocovick era el padre de Trebor, con quien mantenía una relación amorosa, adúltera y, por supuesto, clandestina. 

Convendrá recordar que Trebor –obsesionado con los estudios sobre endogamia en las monarquías europeas- estaba casado con Norah y tenía una niña. También convendrá puntualizar que Diana vivía sola y su única relación era ésta, así como que Alejandro Stocovick firmaba todos sus trabajos literarios bajo el seudónimo Stefan Gautier, por lo que sería más correcto afirmar que

cuando la señorita Frieling entraba cada mañana en el estanco de Harper y, especialmente los días lluviosos, encontraba en la tertulia del mostrador al señor maduro y atractivo de cabello ceniciento que, luego, una hora después, untaba tostadas en el café de Rooney  siguiendo el parte en el viejo televisor, ni de lejos podría imaginar que aquel hombre fuera Stefan Gautier 

o

cuando la señorita Frieling entraba cada mañana en el estanco de Harper y, especialmente los días lluviosos, encontraba en la tertulia del mostrador al señor maduro y atractivo de cabello ceniciento que, luego, una hora después, untaba tostadas en el café de Rooney  siguiendo el parte en el viejo televisor, ni de lejos podría imaginar que aquel hombre fuera el padre de Trebor

De hecho, la señorita Frieling ignoraba siquiera la existencia de un tal Alejandro Stocovick... 

(...)

Amaba a Trebor.

(...)

La señorita Frieling, Diana, amaba a Trebor y fumaba negro nacional.

Puedo verlo.  Ahora todo lo veo.
Trebor no fumaba ni negro ni rubio ni amaba a la señorita Frieling.

(O creía que no la amaba, o no estaba seguro de amarla, o quería y no podía amarla…

Y todo porque el verdadero color de pelo de Diana delatado en sus cejas, y no sólo en sus cejas, pervertía sus sentimientos hacia ella –nunca su deseo- al aflorar aquellos prejuicios endogámicos que tanto le atormentaban.

Prejuicios cuya ausencia, claro está, había actuado en su día de imán hacia Norah sin que su magnetismo, el magnetismo de lo exógámico, hubiera mermado en realidad con el paso del tiempo).

Los dos, la señorita Frieling y Trebor, eran profesores de literatura moderna en el instituto Edelstein de enseñanza secundaria.  Él estaba obsesionado con sus estudios sobre endogamia.  Ella con él.  A Trebor le gustaban las juanolas y la señorita Frieling iba siempre con un periódico entre los brazos cerrado no por la página principal sino por la de los crucigramas y el obituario: vertical ocho letras... evitar... s-o-s-l-a-y-a-r.  Sí, soslayar, ok.


Servando Gotor
Entre las ruinas del cielo, 2011

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