¡Le pesa tanto el cuerpo! El joven está agotado, lleno de despecho. Y ya se sabe: las heridas de amor en la juventud son irresistibles. No sé si por su tamaño, por la inexperiencia o por la falta de aguante.
Precisamente a su padre los dioses le han dado no más de dos meses de vida. A la feria no llega. Va al hospital. Y se lo dice así, a las claras:
¿Estarías dispuesto, mi viejo, a dejarme morir en tu lugar?
Árbol consumido, de arrugas acartonadas, quebradizos tendones
y huesos chupados, ante tan destartalada proposición, tan apenado el padre se
siente, que acepta:
Vale, pero de los trámites te encargas tú.
Inmediatamente le pega un estirón a la aguja de la medicación
de su progenitor proteico, y milagrosamente el joven se convierte en el cadáver
del padre. El taita en cambio, mondo y lirondo, tan campante y con su cuerpo
recién estrenado sale de la habitación besuqueándose con la enfermera de sus
curas y atenciones.
¡Qué coincidencia! La misma y linda muchacha del desamor que horas antes le había llevado al hijo a desear la muerte.
¡Qué coincidencia! La misma y linda muchacha del desamor que horas antes le había llevado al hijo a desear la muerte.
Juan
Serrano
(En el blog Blao
28 enero
2011)
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