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MJM |
En Villamayor de Gállego, 27 de febrero de 2012
En esta trasnochada quiero recordar mi último viaje a Madrid, mi Madrid. ¡Y cómo estaba mi Madrid! Estaba como a mí gusta, con ese corredor pictórico que es el Paseo del Prado rebosante de arte. Y es que la casualidad o la causalidad han querido que se den cita varias exposiciones espectaculares. El Museo del Prado nos acerca a El Hermitage con una heterogénea y variada colección -incluidos tesoros de la antigüedad- traída de San Petersburgo; esta semana pasada se presentó al público nuestra singular Gioconda y en un alarde de sacar a la luz maravillas perdidas, han expuesto una sarga restaurada de Bruegel El Viejo. Por su parte, el Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid nos ofrecen una magnífica exposición de más de 150 obras de Chagall, todo un despliegue de la obra del pintor ruso.
Pero quiero centrar esta trasnochada en Chagall, pintor que siempre me había parecido lejano, me refiero a mis gustos. Conocía y había visto algún cuadro de él, pero lo había contemplado con escepticismo, sin entusiasmo. Esos azules prusias y cobaltos en contraste con los bermellones que tanto abundan en su producción pictórica, a mí se me figuraba como un síntoma de paranoia que mi retina no aceptaba. La pasada semana quise quitarme el maleficio que tenía con este pintor y no dude en aprovechar la oportunidad que me brindaba esta grandiosa exposición. No puedo decir que me emocionó, porque mentiría. Pero sí decir que ahora comprendo algo más la obra de Chagall, un trabajador minucioso de los símbolos y un creador del color, cualquiera que vea la exposición se podrá dar cuenta de lo que digo. Muchos afirman que han visto en su obra poesía, quizá porque mantuvo una estrecha relación con los poetas de su época. En esto del arte algunos ven muchas cosas y otros vemos algo menos. Yo más que poesía he reconocido en Chagall una particular simbología, un universo, su universo particular; el soporte de toda esta carga expresiva por supuesto es el color. Y cuando se alían y se encadenan estos elementos el resultado final es la ensoñación, el mundo onírico del pintor. Y Chagall nos muestra y desvela en esa ensoñación sus miedos, sus emociones, sus recuerdos, sus creencias… Pero esto es sólo una opinión.
Debo confesar que aunque Chagall sigue sin emocionarme, ahora contemplo su obra sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, ya no me espantan sus colores prusias y bermellones. Y es que he descubierto en su ensoñación pictórica su sensibilidad, que a veces se desvela amarga y otras enternecedora. Y se puede apreciar que de esa sensibilidad nace toda la fuerza, y su fuerza es el color. Un color estridente casi sonoro.
Y ahora, en esta trasnochada, me emociona recordar ese espléndido corredor pictórico del Paseo del Prado.
María Jesús Mayoral
Me produece un sentimiento de envidia sana leer la trasnochada de hoy. ¡Cuanto debiste de disfrutar!.
ResponderEliminarLo que más me gusta del arte, como pintora aficionada, es poder ver la obra de un pintor no como una serie de cuadros, si no como un estudio de un pensamiento, una personalidad. El trazo, el color, los temas que usa un artista dicen mucho de él y de la época en que ha vivido.
Que decir de la hermana gemela de La Gioconda, a ver cunado la devuelven de París y tengo el gusto de poder verla no solamente en la pequeña pantaña.
Lo dicho...¡¡Que envidia!!
Yo misma.
pues fíjate tu que, lo mismo me apunto a Madrid a verla. Después de leer ese entusiasmo pictórico tuyo, lo mismo me animo. Se que disfrutaste en Madrid. Yo para ser sincera no conocía a este pintor, así que esta trasnochada tuya me ha servido para conocerlo un poco. Gracias guapa
ResponderEliminarFelicidad.
Cuando vean los franceses nuestra Gioconda tan escoscada dirán que la hemos dopao también.
ResponderEliminarAzulenca
Muy acertado el comentario Azulenca.Esos si que nos tienen envidia pero de la mala,jejeje.Somos mejor que ellos en deporte y les fastidia...
EliminarYo misma.