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José de Madrazo: Marquesa de Franciforte (1812-1813) Infoenpunto |
Durante el siglo XIX tres generaciones de Madrazo dirigieron en gran medida el mundo de las artes plásticas en España. Desde el patriarca José Madrazo, pasando por sus hijos Federico y Luis y su nieto Raimundo (aunque éste vivió mucho en París), bien por el gran dominio de la técnica pictórica que poseyeron, bien por los cargos que ocuparon de pintores reales, directores del Museo del Prado y por sus relaciones íntimas con otros pintores (Fortuny, que casó con una hija de Federico, Bernardino Montañés), de un modo u otro fueron los árbitros de las bellas artes. Gracias a la última de las descendientes directas de esta familia, a su celo en guardar la colección de sus antepasados, en gran parte retratos familiares, podemos contemplar una exposición de las obras de esta saga de pintores en el palacio de Sástago de Zaragoza, antes de su ubicación definitiva en un museo que se está habilitando en Alcalá de Henares.
Prácticamente la colección se compone de retratos de familiares o amigos y allegados, pintados, magistralmente sin excepción, por cada uno de los Madrazos. Sobresalen y abundan los retratos femeninos, desde la marquesa de Branciforte, que viste al estilo imperio, hasta el magnífico retrato de mujer desconocida de Luis Madrazo de pleno estilo romántico. En general es este último estilo el que más abunda, acercándonos a esa época que idealizó la mujer, haciéndola una especie de ángel deseado y casi nunca conseguido. Todos los retratos muestran más o menos ese tipo femenino pero el más tópico es le mencionado retrato de mujer desconocida, por otra parte, excelente cuadro. Ninguno de los rasgos y símbolos característicos de esa mujer idealizada por la literatura, etérea, espiritual, de gesto lánguido y belleza poco carnal, incluso un arpa, están ausentes de él.
La reclusión de la mujer en el ámbito privado y familiar, la moda que la revestía de ampulosos vestidos, que apenas si descubrían alguna parte de su cuerpo, salvo la cara y las manos, todo contribuía a la creación de un mundo íntimo femenino, muy desconocido y hasta desconcertante para el varón. A esa idealización romántica de la mujer ayudó no poco la poesía de Becker, aunque éste se desmelena alguna que otra vez y muestra una realidad mucho más cruda:
Una mujer me ha envenenado el alma;
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme;
yo, de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez, ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?
Aquí, el envés de ese amor platónico y literario de aquellas féminas de gesto lánguido, el poeta se duele de la sífilis que le contagió un amor bastante más carnal de los que solía rimar. La sífilis, de difícil curación antes de la aparición de los antibióticos, fue el azote de aquellos amores románticos, a la par que venéreos.
Antonio Envid
Le copiaron el comentario en versión reducida, y sin poeta y poemas, lo he escuchado esta mañana en la radio al hablar de la exposición de los Madrazos en el Palacio de Sastago.
ResponderEliminarUna pelotas (que más quisieran ellos). Alguien, uno o una, que distingue calidades
isabel
Gracias por la información Isabel, ya sabe lo que decía Benavente: "Bienaventurados nuestros imitadores, pues de ellos serán nuestros defectos".
ResponderEliminarAntonio