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(...)
Que yo recuerde, hasta
el mismo día del incendio nunca había oído hablar del Energúmeno. En el
telediario de aquella mañana, la chica guapa del tiempo dijo que el mercurio
superaría los cuarenta y cinco grados. Me dio igual. Como Marilyn, yo también
guardaba mi ropa interior dentro de la nevera, así que abrí la puerta del
congelador y cogí un calzoncillo escarchado que estaba, cuidadosamente plegado,
junto a las longanizas. Me lo incrusté entre las piernas como si fuera un
cinturón de castidad. Incómodo, sí, pero refrescante. Salí a la calle y me
dirigí caminando, tan ricamente, a mi despacho de Administración de Fincas. El
calor ya empezaba a apretar y unas llamaradas de vapor empezaron a salir de mi
entrepierna dándome el raro aspecto de un ángel salido. Aunque la prodigiosa
humareda iba dejando boquiabiertos a los viandantes, yo seguí caminando como si
nada. Si esos tontos supersticiosos no eran capaces de comprender un fenómeno
físico de tan simple explicación, no merecían ni una pizca de mi atención.
Al
mediodía, se cumplieron todos los vaticinios de la chica guapa de la tele y mi
calzoncillo ya templado, no pudo evitar que me desplomara sobre la silla de la
oficina.
(...)
Babiluno
de El energúmeno
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