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Ella siempre fue la mujer del hombre
equivocado.
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Pedro, su primer marido, era viril, fornido, de
mandíbulas filo de hacha, manos firmes y seguras, capaces de atrapar una gallina
y conseguir aquietar al momento todas sus plumas. Pero Pedro era un guarro que
eructaba huevos podridos cada vez que abría la boca. La cosa acabó mal. Dos años
aguantó la mujer el fétido aliento del hombre.
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Su siguiente marido fue un poeta que versificaba
como los ángeles. Lo mismo te componía un soneto que un panegírico. Lo que se
dice un malabar de la rima. Toni Tonadilla, que así se llamaba el segundo
marido, en vez de hablar, entonaba; y de su inspiración fluían los más dulces
silbos que en el lugar jamás se oyeron. Pero como en esta vida la suerte la
venden en tarros infinitesimales, la mujer en la cama no era del todo satisfecha
por Toni. Se ve que al poeta de tanto rimar se le iba la fuerza en sus palabras
bien medidas, y a duras penas conseguía mantener erguido el pabellón de su
hombría.
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No hace falta decir que Toni Tonadilla tampoco
consolidó su maridaje por mucho tiempo. Hombre y mujer se divorciaron bajo los
reflejos de plata del mismo olivo aquel que justo once meses antes se habían
prometido pan y cebolla.
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En su tercer intento la mujer se lo pensó mejor.
Más realista y experimentada huyó tanto de hombres letrados como aguerridos. Y
se dijo:
Esta vez no me enamoraré de ricuras, preciosidades y otras lindezas masculinas que engañan a primera vista, que lo que yo quiero es un hombre normal y corriente como el que tiene mi vecina, su Pencho querido, un camarero sin currículum ni beneficio, que no sabe de trovos ni de gallinas; y tampoco es un cacha que va marcando paquete como afamado espada en plaza de toros. Que en algún lugar del mundo, digo yo, ha de estar ese hombre, único e intransferible, que nació para mi, yo para él, y los dos tal para cual.
Y así fue como la mujer acudió a una agencia
matrimonial. Le hicieron un estudio exhaustivo, análisis físicos, anímicos y
espirituales; la midieron, la pesaron, le leyeron las señales de la mano. Luego
consultaron con su banco de datos, hasta que por fin dieron con su indiscutible
anillo de boda.
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Pero la mujer no sabe que Cupido no responde a
ningún proyecto calculado, que el amor se presenta por libre y sin anunciarse, y
no siempre de la mejor manera, ni del modo más adecuado.
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Así fue como el hombre propuesto por los técnicos
de la agencia fue precisamente su primer hombre equivocado, aquel Pedro de
mentones pronunciados. Y es que siempre nos enamoramos del hombre
equivocado.
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