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Supongo que en el cielo habrá chéster
largo sin boquilla, o marlboro corto de contrabando, winston gallego de batea
o, al menos, aquellos viejos lark con filtro de carbono activo –anhela un más venido a menos en la fila del comedor social.
Y una señora más que pasa por allí codea a su compañera:
-Cada día se ven más gafas, dice.
Estancos vacíos, mercerías, fruterías,
quioscos de prensa, tiendas que fueron de moda, tres todo a cien… estos negocios cerrados y vacíos, mantienen vivas las buenas zonas de la ciudad.
Pero el resto. El resto de los negocios y
de las gentes que aún son más pero
vendrán indefectiblemente a menos.
El infierno es fuego, el paraíso helado
de vainilla. Un caballero más venido
a menos, pasa en la siesta, la calle
vacía, simulando leer un periódico. El
periódico es gratuito pero antiguo porque ahora nada es gratis.
Mira sobre sus gafas y sobre el periódico: Café Maura. Allí tomaba hasta vermú cuando era más.
Ahora no podría aunque pudiera: una persiana vieja y roñosa –las
persianas envejecen rápido en la quietud- y un folio amarillento -“Se alquila”- lo advierten.
Locales vacíos, ratoneras llenas.
Mantienen la densidad aparente de la ciudad en las grandes superficies.
Sigue andando. Sigue escondido tras el periódico.
Luego, en el último aliento de la última
hora roma, de nuevo a su ratonera. Al
acecho, esperando que pasen las puntas.
Preparado, buscando el sol en las sombras. Para saltar rápido y ladeado… de nuevo a ninguna parte. De nuevo el paso
felino, la suela desgastada.
El firme atormenta las mustias plantas
del pie. Allí crecen los tomates. Allí
las marcas absorben matices violáceos y cantan los cardenales.
Y de pronto. Qué horrible la aviesa mirada de
unos ojos hermosos.
No sé, no sé si en el cielo habrá chéster
largo sin boquilla.
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