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¿He dicho en alguna otra ocasión que Zaragoza
es un archipiélago? Seguramente sí. De un mar de vulgaridad modesta y
provincial emergen, aquí y allá, esplendidos islotes, deslumbrantes atolones, solo
visibles para el ojo atento, donde la genuina Zaragoza se ha
mantenido incólume. Uno de estos islotes es sin duda la terraza de la cafetería
del Museo Diocesano.
Se sitúa esta terracita en el patio del
Palacio Arzobispal. Es un remanso de paz y por la mañana solo se oye el piar de
algún gorrión. Sobre las ruinas del antiguo foro romano, aledaño al antiguo
puerto fluvial, entre los muros que encierran los restos del que fue Palacio de
la Diputación del Reyno, la máxima magistratura del viejo reino de Aragón, y
del palacio gótico que construyera el arzobispo don Dalmau de Mur y a la sombra
de la bella torre de la Seo, proyectada por Contini, es tanta la historia que
encierra este pequeño espacio, que necesariamente ha de espolear la
imaginación.
Arrastro hasta allí a otro explorador de la
Zaragoza reservada: Servando. “Anda, Servando, toma una foto de la torre desde
aquí, que a mí me salen oscuras, pues el sol está tras ella”. Mientras tomamos una
copa de vino de Cariñena (excelentes tintos, ahora que vuelve a cosecharse la
garnacha propia, olvidando a cabernets foráneas o relegándolas a meros
acompañantes, de buen cuerpo, cuyos glicéridos lagrimean por la copa, mientras
sus taninos la tornasolean) la conversación se dirige a rememorar una de las
más gozosas épocas que vivió nuestra ciudad. Se trata de un tiempo que se
extiende casi a todo lo largo del siglo XVI en el que Zaragoza mantiene,
todavía, cierta prestancia como antigua capital de la Corona de Aragón gracias
a una dinastía de arzobispos de la extinguida Casa real. Descendientes de
Fernando el Católico, fueron estos prelados sagaces políticos como virreyes o
regentes del viejo Reino, poderosos, cultos, protectores de las artes y del
comercio, que igual empuñaban el báculo para dirigir a las almas, que
requebraban a una noble dama para obtener sus favores y el mismo empeño ponían
en reformar las costumbres monacales, que en dotar a su sede de una de las
mejores colecciones de tapices que se conservan en España. Representan el
epílogo de la pasada gloria de la Corona aragonesa, su canto de cisne.
Inicia la saga don Alonso de Aragón, hijo
natural del rey Fernando, elegido para la mitra cesaraugustana a los ocho años
de edad. Fue una lástima su ilegítimo origen, pues habría sido el heredero que
inútilmente buscó el envejecido rey con su joven y coqueta consorte Germana de
Foix para su reino de Aragón, decepcionado por el cariz que había tomado la
unión de los dos reinos hispanos. Muy querido por el Rey su padre, durante
muchos años fue el lugarteniente de este Reino, nombrándolo Regente en su
testamento.
Muerto don Alonso en 1520, a la edad de 51
años, le sucedió en la silla episcopal su hijo don Juan de Aragón, pero murió
joven, diez años después, en 1530.
Tras el breve arzobispado de don Fadrique,
accede a la sede en 1539 don Hernando de Aragón, otro hermano de don
Juan, y, por tanto, también nieto del Rey. Su bello sepulcro y el de su madre,
la noble dama doña Ana de Gurrea, pueden contemplarse en una de las capillas de
la Seo cesaraugustana. Protegió las artes y embelleció la ciudad edificando la
Lonja de mercaderes. Murió en 1575. Concibió un hijo de María Jiménez de
Cerdán, hija de un poderoso comerciante, Pedro de Aragón. Éste ya no fue
arzobispo, hubo de conformarse con ser señor de Ballobar, aunque gozó de
cuantiosas rentas. Aquí finaliza esta feliz y extraña prolongación de la casa
real de Aragón.
Antonio Envid
Jeje, bonito, porque una, leyéndolo, puede fabular,fantasear (como se hace con las lecturas que gustan)y sentirse otro explorador (-a)disfrutando una mañana de primavera de la terraza, el gorrión, el vino, la conversación y evocar a doña Germana de Foix, a Don Alfonso de Aragón (del cual pudo conocimiento a temprana edad por ser el nombre de una calle de tu barrio) y sorprenderte con el resto de la historia, no la conocías.
ResponderEliminarGracias por el texto
Isabel
Bueno, esto a mi entender, sería un merodeo, en este caso alrededor del texto de Antonio (Dº Antonio Envid), escribe una lo que le sugiere el texto, sin más pretensiones.
ResponderEliminarTal vez coincida en algún punto con la de otro lector (merodeador/es de Antonio), pero lo seguro es que como mínimo habría muchos matices diferentes. Así vamos, por lo menos, unos cuantos construyendo, enriqueciendo (también de cosas buenas, hermosas) nuestras vidas.
Jeje, nos sabemos pequeños frankenstein, nos construimos con retales de otros.
Isabel