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Soy Roberto
Pernath, el tranviario. Mi vida, como esta extraña ciudad, ha sido lineal y
ordenada pero con sombríos recodos.
Escondrijos como el que oculta la 3467, donde al doblarla te encuentras
de golpe entre el cúmulo de callejones oscuros, estrechos y empinados del viejo
barrio universitario que rodea el vetusto tranvía y que, en momentos de lluvia
intensa, se convierten en riachuelos que arrastran cuanto encuentran. Ahora
mismo puedo ver, en plena tormenta, frente al número 3 del callejón de San
Braulio, un ramo de novia que, arrastrado por las aguas, rompe el reflejo de
una luna incipiente. Se impone de inmediato un calor abrasador y surgen de él
dos tipos extrañamente transparentes, transparentemente extraños, al tiempo que
una confusa noche láctea y resplandeciente nubla súbitamente mi consciencia y siento
la nada como nunca hasta ahora la había sentido. Sólo el oído permanece alerta:
“no mires”, oigo como entre sueños, “es mejor no mirar”. Susurros, noche, desconcierto y algún
destello de plata. Y en
este instante, en este preciso instante de mi muerte, sigo siendo. Sigo siendo y soy consciente a la vez de la
condición del no ser, de la insaciable profundidad de mi íntima vibración para
llevarla hasta el final esta única vez. Rilke
lo dijo, yo lo experimento.
Bien, tenía
que ser y fue. Pasaron las nubes y actuó la lluvia. Y en el suelo, golpeado por
la corriente y por la basura que el agua arrastra -colillas, periódicos, restos
de comida y algún condón usado- mi cuerpo, joven todavía, yace inerte abrazando
los adoquines. Sólo la gabardina beige se enfrenta nerviosa a la oscilante
violencia de aquel pequeño torrente a base de estériles aletazos que se
debilitan gradualmente al tiempo que oscurece el tejido. Estaba escrito. Todo está escrito. Aquí, en este mismo documento de word, está
escrito.
Servando Gotor
Entre las ruinas del cielo, 2011
Leo y ni siquiera su muerte se quedó escrita en mi memoria después de ver al tranviario tendido entre los adoquines. Sólo su gabardina y el ramo de novia se clavaron como dos estacas en mi mente. Cuando vaya al freudiano le diré que me aclare su significado. Y es que hay palabras, que más allá del sentido del texto del que forman parte, se nos revelan como imágenes-fuerza independientemente de la trama y el argumento del conjunto de lo escrito.
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