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¿Cómo ordenas o cómo se ordenan las cosas en tu cabeza, mortal? El corazón es un río manando de sí mismo, un río que no puede ser cruzado y que (todavía) lleva el grito del somormujo y las sales de lo indeciblemente humano.
Así es como se expresan estos chicos cuando quieren o cuando pueden: nos hacen revelaciones: atento, atento: no enseñan ni hacen publicidad ni venden ni comunican ni inventan, sino que revelan. Sin abandono y sin impostura abren el pellejo. La revelación hizo, ha hecho, sigue haciendo que shakespeare se haya convertido en un intelectual. ¿Necesitamos más pruebas de que funciona?
Bien, bueno, ya basta, no quiero ensañarme con el pobre shakespeare, que, además, ya estaba pidiendo un relevo de universalidad, ya estaba cansado de haberlo dicho todo para siempre, no quería seguir siendo de la raza de todos menos uno.
Por lo demás, te conviene palparte la cara, la voz y, sobre todo, los papelitos, sí, no te olvides de palparte los papelitos. Asegúrate de que llevas un aceite contra dos vinagres y de que tienes tus octavos pensamientos. Aquí gotea el alba por todas partes, y cuando llueva verás que la lluvia se te parece (como tú, cae desvariando, solitaria en un mundo muerto, rechazada y sin forma obstinada, ay).
Puede que te encuentres con un poeta francés de mirada dura que dice que su vida está hecha de días de menos: no que cada día que pasa sea un día de menos: te dice que cada día que pasa, para él pasa en menos: no en negativo ni en vacío, sino en menos. ¿Ya?
Si oyes alguna palabra suelta y dicha de un modo raro, seguramente será alguna de las manzanas del frutero –el grande de la planta baja- que están aprendiendo a hablar.
Si vas a tratar con el mono (que es simpático y obsceno por elasticidad), puede que te conmueva el misterio de su unidad o su culo rosáceo y frágil o su olor. El mono llora lloviéndose por dentro cuando le duele y, si te mira, te confundirá con su evolución. Has de saber que su centro, su yo, no es un punto, ni la reducción de un punto al infinito, ni siquiera la ausencia de centro, de punto y de infinito: has de buscarlo con tu propia ausencia. Si llegas a él, si le alcanzas, entenderás que te dice –sin palabras, claro- algo como: ‘vales más que mi número, blando prójimo y hombre solo’. Si le contestas –o no- y qué le contestes será ya cosa tuya.
Es posible, puede –a poco que deambules o te pasees por estos balconcillos- que te cruces con un niño, con leopoldo maría, que te pedirá que lo despidas de su madre y apagues la luz de su cuarto porque él se va a jugar con la muerte. Si ve que eres persona de confianza te pedirá también que ordenes sus juguetes: le gusta poner al oso con el oso, al pájaro con el perro y, en cuanto al pato, prefiere que se deje solo al pato. Tú mismo, como siempre.
Y bueno, por acabar de ponerte un poco en antecedentes de lo que te puedes encontrar por estos andurriales, quizá te cruces con un muchacho alto y hermoso, con el pelo negro y perfumado y con el brillo de la inmortalidad en la mirada. Será justo en el momento en el que cae la tarde, entre las sombras y las luces, y te preguntarás cuál de Ellos ha bajado desde las Augustas Moradas, y para qué sospechoso placer.
Narciso de Alfonso
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