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Al hombre beige de la gabardina triste lo han visto hoy iluminado por una sonrisa extraña. Resulta increíble, pero son tantas las voces que lo atestiguan que hasta yo, siempre escéptico, he acabado por admitirlo. Y hasta por entenderlo. Sobre todo cuando alguien bromeaba por la abatida imagen de otro hombre, esta vez gris con un lánguido abrigo que dicen se ha cruzado con él. El abrigo era el mío, waiter. Y también yo me crucé con él. Pero no reparé en su extraña sonrisa.
Servando Gotor
Cuescos
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