"dans une épouvantable sensation d´éternité,
en laquelle semblait expirer la chambre"
(Mallarmé)
Era el veranillo de los membrillos. Acostado allí en la cama, tan a gusto, como si a pata suelta durmiera. Imposible -pensé- que alguien pudiera dejar este mundo de forma tan apacible, en plena siesta. Con un brazo, el derecho, en ángulo recto sobre la almohada, como quien coge cerezas a media tarde. Y con la mano izquierda extendida, parecía alisar la sábana tratando de avivar su perfume.
No le vi la cara. Me bastó detener la vista en su cuerpo relajado, mirar sus piernas dulcemente dobladas, sus hombros recostados sobre el colchón blando y hundido, para suponer que descansaba como un bendito. El matamoscas de plástico verde aún seguía a su lado, sobre la cabecera.
Hasta que no vi llorar a las paredes de la habitación, no me di cuenta de que estaba muerto. Lágrimas como goteras chorreaban las escayolas del techo. ¡Cuántas veces me había dicho: yo soy mi casa!
El día antes, cuando le pregunté por sus oliveras, con ojos arbequinos me sonrió de boca a boca.
Luego, me pasé al otro lado de la cama para comprobar mejor su estado, el rigor de la muerte. Y fue entonces cuando noté en sus ojos esa sensación espantosa de eternidad, su horror al vacío. El temor a la nada es mucho mayor que el miedo a cualquier otra cosa.
Juan Serrano
(En su blog: Blao
6 octubre, 2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario