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Aquella tarde sí que fue interesante la sesión del taller de poesía. Lo normal era una güevada: leíamos poemas y Álamo, según estuviera de humor, los alababa o los pulverizaba; uno leía, Álamo criticaba; otro leía, Álamo criticaba, otro más volvía a criticar. A veces Álamo se aburría y nos pedía a nosotros que criticáramos también lo que los otros leían, y entonces Álamo se ponía a leer el periódico. No sé muy bien porqué acudía al taller, seguramente no tenía nada mejor que hacer y por poco dinero llenaba un buen rato. Pero esa tarde Álamo nos dijo: aquí un joven poeta chileno; y dirigiéndose a mí: un paisano tuyo; se llama Roberto Bolaño, nos va a leer algún poema suyo.
Cuando Lisa me dijo que había hecho el amor
con otro, en la vida cabina telefónica de aquel
almacén de la Tepeyac, creí que el mundo
se acababa para mí. Un tipo alto y flaco y
con el pelo largo y una verga larga que no esperó
más de una cita para penetrarla hasta el fondo.
No es algo serio, dijo ella, pero es
la mejor manera de sacarte de mi vida.
Parménides García Saldaña tenía el pelo largo y hubiera
podido ser el amante de Lisa, pero algunos
años después supe que había muerto en una clínica psiquiátrica
o que se había suicidado. Lisa ya no quería
acostarse más con perdedores...
Entonces comprendí lo útil que me había resultado aquel taller. El poeta no se hace en talleres, ni fábricas de poetas; el poeta se hace en la calle, en las tabernas, en los talleres y en las fábricas de verdad, trabajando el hierro y sudando y escribiendo con las tripas, además de poseer una genética de poeta. Así que me hice la firme decisión de no volver a escribir más, a no ser algún romance para una boda o un bautizo.
Traté de esquinar a la basca, a la salida, y llevarme a Bolaño a cheliar, como decimos nosotros, de cervecitas por ahí. Recalamos en primer lugar en el Texas, lugar de refugio de todos los náufragos que se perdieron hace años en un mar antiguo que se llamaba El Tubo con un espléndido archipiélago de cutres bares habitado por limpiabotas y lumis, estudiantes sin plata y viejos rijosos, que se hundió en el tsunami de la especulación inmobiliaria, como singular Atlántida, y del que solo se conserva algún islote aislado. Allí, entre arrugadas iguanas salvadas del desastre y antediluvianos galápagos, que tomaban sus cañas de cerveza y vasos de vino con una paz bíblica, acompañando a una ración de bravas, muy elogiadas por Bolaño, nos pimplamos un par de botellas de tinto. No es como el vino de Chile, aseguró Bolaño, pero pasa bien.
No es que anduviéramos con mucha plata, pero encontrarse dos paisanos en esta recóndita ciudad era ocasión notoria. De modo que paramos por el Pascualillo, allí, al aroma de unas cigalas de huerta, cayeron otras dos botellas y aproveché para hablar de poesía con el joven maestro, él me relató cómo unos huevones milicos lo detuvieron nada más volver a Chile y el miedo que pasó hasta que un antiguo amigo, que era pinochista lo liberó. Yo quería hablar de poesía y él me hablaba de la vida; no hay ninguna diferencia entre ambas, me aseguró. Seguían los tragos hasta que de pronto me dijo: chavo, vamos a un carrete a encular alguna mina. Cómo explicarle que aquí, en esta ciudad provincial y pacata, eso no era fácil. La noche iba ya muy corrida cuando lo dejé en la barra de un asqueroso cuchitril mientras una mina acariciándole el pelo quedaba arrobada y le saltaba alguna lágrima escuchándole: “Cuando Lisa me dijo que había hecho el amor con otro…..”
Antonio Envid
"Yo quería hablar de poesía y él me hablaba de la vida; no hay ninguna diferencia entre ambas, me aseguró."
ResponderEliminarY esa es la razón, absurda, de los que escriben y de los poetas: querer encontrar en el poema el corazón de la vida misma. Absurda, porque nunca la vida se dejará coger por las palabras. Absurda y paradigmática, porque nunca una palabra será la vida. Y ese es el juego, porque aunque así lo sabemos, nos empeñamos en seguir en el intento.
De la paradoja de Oscar Wilde de “ que la Vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida” a su afirmación, apreciado señor Serrano, de que “nunca la vida se dejará coger por las palabras” hay un largo trecho de reflexión.
ResponderEliminarPor experiencia puedo decir que la vida es mucho más absurda y sorprendente que cualquier texto literario, y ello por una sencilla razón: la vida no tiene que demostrar que es real, sin embargo el escribiente, escribidor o escritor, siempre ha de dar un toque de realidad o coherencia a lo que escribe si no quiere ser tildado de estrafalario.
Por otra parte, yo comencé a escribir poesía por el loco intento de aprisionar un momento especial, un ambiente, un sentimiento…., puedo asegurar que he fracasado totalmente, pero quizá no porque eso sea imposible, sino porque me falta talento.
Un saludo y una pregunta. La imagen que ilustra esta entrada fue tomada en el casco antiguo de Zaragoza, imagino. ¿Puede decirme en qué fecha? Estoy haciendo una cronología en imágenes de Bolaño para un trabajo.
ResponderEliminarGracias de antemano
Un saludo y una pregunta. La imagen que ilustra esta entrada fue tomada en el casco antiguo de Zaragoza, imagino. ¿Puede decirme en qué fecha? Estoy haciendo una cronología en imágenes de Bolaño para un trabajo.
ResponderEliminarGracias de antemano
Hola, lamento contestarle que es ficción, tanto el texto de la entrada como la fotografía, apañada con photoshop.
EliminarSaludos.
Muchísimas gracias.
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