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Rianne se enamora mucho y enseguida y de cualquiera, casi de cualquiera que la escuche y le de un poco de cariño. Allá, en las inmensas playas tropicales donde pasó los primeros años de su vida, Rianne se crió con las olas y las palmeras y los castillos de arena y los besugos, sola como una codorniz, dejada de la mano de dios, desnuda como una lubina, lavándose con el agua del océano, secándose con las brisas del sur, comiendo cocos y cangrejos y dátiles y salmonetes.
No importa donde vaya, siempre estará allí, en las inmensas playas tropicales, con las olas y los besugos. De allí, de entonces, de aquello, a Rianne le ha quedado una tendencia natural a desnudarse en cuanto puede, a curtirse con el viento y el sol, a buscar el mar o el océano para pasarse horas en el agua salada o en la arena de la playa, ay. ‘Oye a tu desnudez, dueña del sueño. Descríbete atmosférico, sér de humo ¿La muerte? ¡Oponle todo su vestido! ¿La vida? ¡Oponle parte de tu muerte! Bestia dichosa, piensa; dios desgraciado, quítate la frente. Luego, hablaremos’ –palabras del poeta, sí-.
Narciso de Alfonso
del blog El merodeador
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