domingo, 8 de abril de 2012

LA SACRA Y MUY NOBLE COFRADÍA DE LOS HUEVOS FRITOS (Antonio Envid)

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Quebrantando la prohibición impuesta por ese delicioso cancerbero que es mi esposa (ha tomado la difícil misión de cuidar de mi salud a través de la dieta) pero que las más de las veces adopta la apariencia del rígido y antipático Pedro Recio de Agüero, natural de Tirteafuera y doctor por Osuna, que tanto hizo sufrir en la mesa a Sancho, todo un Gobernador de la Ínsula Barataria; de tapadillo, pues, me suelo unir a los miembros de la Sacra y Muy Noble Cofradía de los Huevos Fritos, de la cual es Gran Hierofante maese Servando Gotor; oficia en ella de Suma Sacerdotisa Concha y es Archipámpano el amigo Alfredo.

¿Pues, qué tendrán de nocivos para la salud un par de huevos fritos con puntillicas, como se predican en esta tierra? El huevo frito comme il faut  es una de las maravillas del arte culinario. Pomo de oro oxidado (ou rovellat lo llamaba mi abuela con su puro catalán ancestral exento de contaminación académica alguna) cuya austeridad se adorna, como sobrio caballero del viejo imperio hispánico, con la sola alba golilla bordeada por unas puntillas de áureo hilo, que no serían rechazadas ni por la mejor de las dèntellieres de Malinas o la más primorosa encajera de Camariñas, si no queremos desplazarnos tanto, y que, sin menoscabo alguno, podría engalanar el cuello de un Conde-Duque.

Eso si, siguiendo la directriz de la más acertada definición del huevo frito, aquella que lo describe como la mitad de un par, es condición sine qua non que éste se vea asistido y confortado por su compañero, pues solitario se siente incompleto y le embarga la añoranza, volviéndose tristón y melancólico, aparte de lo peligroso que resulta para el caminante la ausencia del compañón, por los desequilibrios que su parca ingestión produce en la buena marcha. No es absolutamente necesario, pero causa una euforia nada desdeñable la compañía de unas patatas fritas al estilo de las antiguas y abnegadas amas de casa, especie hoy en grave peligro de extinción, cuya desaparición está causando a la población ibérica más de una  dispepsia o la temible úlcera gástrica del congelado. Puestos a pedir (no pidamos la luna, conformémonos con las estrellas), unas rajitas de pernil, no tan subtiles las tajadicas como las que recomendaba el ya mencionado doctor Pedro Recio, serán el aditamento ideal que complete tan suculento y barato manjar y que nos ayudarán a sobrevivir en las tristes mañanas de esta pertinaz crisis, que no se va ni tratándola con las desagradables lejías de las medidas de recorte y desarbolado de derechos laborales que nos receta este otro Pedro Recio de Mal Agüero que está resultado ser maese Rajoy.

Para que la obra sea perfecta las tajadicas han de ser de pernil, reservemos para otra ocasión  el suntuoso montánchez o el potente jabugo, que harían perder protagonismo a quienes lo detentan por naturaleza: los huevos fritos. Desechemos, también, la horrísona costumbre de pasar los filetes de jamón por la sartén, operación que les quita espontaneidad y refuerza, nocivamente, su salado sabor. Y una recomendación, un buen tinto de garnachas viejas, con la calidad con que hoy se elabora en Cariñena, en Calatayud o en el campo de Borja, hace que el día cobre aires de fiesta y veamos rolar gallardetes y sonar pífanos y clarines.

En una especie de rito litúrgico, al que me uno con entusiasmo, maese Gotor suele bendecirse un “carajillo”, aunque eufemísticamente lo denomine café-colirio (por lo de las gotas) y sea un tanto heterodoxo, pues se sustituye el clásico aguardiente de los bizarros rabaleros de antaño por un vulgar güisqui. Tras este ritual, las ideas y los comentarios fluyen con un verbo apasionado e ingenioso propio de una academia, pero sazonadas por la cofradía de la amistad.


Antonio Envid

2 comentarios:

  1. Salgo al paso rápidamente por algunas inexactitudes (que lo escrito, escrito queda):

    Igual hace siete años que no me tomo un carajillo.

    Cuando los tomaba eran de coñac, nunca de güisqui.

    Tampoco les llamo ni les he llamado jamás cafe-colirio.

    Ando tentado en decir algo sobre el querido Mr. Envid, pero prefiero abstenerme educada y lealmente... :-(

    Y sí, la mejor filosofía de la historia, la primera filosofía con mayúsculas surgió en las sobremesas: el sympotos o potos (que era cuando se bebía y hablaba y de ahí deriva la palabra symposio), momento que seguía al deipnon o synpdeinon (la comida, propiamente dicha, donde supongo que se hablaba menos y, de hecho hasta hace poco se decía que hablar mientras se come es -o era- de mala educación. Ahora todo ha cambiado: no es de mala educación hablar cuando se come y sí parece cada vez menos correcto beber y fumar -salvo que se fumen determinadas hierbas, claro 8-).

    "Son los tiempos, señor"

    Besos

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  2. picajosillos estamos ¡eh! Lean atentamento lo escrito (lo escrito, escrito queda)no pone que Servando se tome un carajillo, sino que lo bendice. Lo bendice él y me lo tomo yo, caragado de sus demiúrgicos poderes. En cuanto a lo del café-colidio o café con gotas si no e vero e bien trovato, propio de su ingenio, y es innegable que esta infusión mejora la visión de las cosas.

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