¿Qué
pensarían de él? Los días previos a Nacho le asaltaban las dudas. A decir
verdad nunca barajó acudir a la boda de Arturo, el Tebas. El cuidado de los
niños, un viaje a la Toscana o el trabajo acumulado se alzaban en su distancia
madrileña como mentiras insuperables. Pero la llamada del Tebas le sorprendió
bajo de defensas. Desde un número que su móvil no reconoció la rasgada voz de
su viejo amigo de Vinaceite emergió avasalladora. “¿Qué te cuentas, primo?”. Al
cabo de cinco minutos se confirmaban los peores augurios: “¿El 7 de septiembre,
sábado, en Zaragoza? ¿Cómo no, Tebas? Marga y yo estaremos allí”. No sabía
decir que no.
Carecía de
soltura social, desde luego. A Marga se la llevaban los demonios. Se había
casado con una lumbrera: Abogado del Estado (número dos, “ex aequo”, de su
promoción), doctor en Derecho Aeronáutico, patrón de recreo, padrazo, novelista
en ciernes… Todos estos atributos los enumeraba con sorna Marga segundos antes
de escupir su veredicto: “Y al final, Nacho, eres un jodido inadaptado”.
La
reprimenda traía causa de aquella maldita boda “con los del pueblo”. Nacho era
uno de las seis piezas del puzzle: Tebas, Ofo, Nachete, Tego, Rocas, y
Perdigón. La cuadrilla más revoltosa de los veranos del Bajo Martín. Sus
caminos se habían separado cuando llegó la gran decisión: universidad,
ladrillo, hormigón… Nacho tomó la senda paternalista, en verdad la única
abierta para él, y después su propio éxito profesional consumó el abandono.
Hacía una década
que no los veía. Sabía de ellos poco y de oídas. Órdenes de alejamiento, el
paro, la muerte de un padre, robos con intimidación. En el fondo, temía el
reencuentro. Ellos se habían mantenido firmes en la adversidad. A veces
coincidían por El Tubo, se iban de cañas, al Plata o lo mismo de putas. Nacho
no. Los fines de semana su mujer se escapaba a Serrano y Claudio Coello, todo
lo más al palco del Santiago Bernabeu. Marga no contemplaba como idea el pasar
dos días en provincias, ni siquiera en Zaragoza. Diríase que pasaba
olímpicamente.
Lo
recibieron como si nada, sin alardes ni recelos, en el pórtico de la Iglesia de
San Pablo. Nacho se relajó. La pandilla no entendía de brechas sociales. Con las
primeras anécdotas los años perdidos se contrajeron como un acordeón. Los roles
de antaño resurgían incólumes, y él seguía siendo Nachete, el juicioso y
estudiante. Marga le pellizcó para advertirle que se cerraban las puertas de la
iglesia. La ceremonia comenzaba. Se despidieron del grupo mientras Ofo
recolectaba el bote para las cervezas. Nacho, ante la lluvia de chascarrillos,
les pidió indulto con la mirada.
En el
restaurante los sentaron en la mesa C2, denominada sin riesgo “Amigos de
Vinaceite”. Marga, que albergaba alguna esperanza de no ser identificada con
aquella casta salvaje, torció el gesto. No iba a ser aquella su gran noche. De
entrada Tego, con poca fortuna en el manejo de las pinzas, roció su vestido con
la salsa del bogavante. Con la merluza surgieron los cánticos, y toda la mesa
se alzó para homenajear a los novios con aquello del polvo de esa noche, que ya
no era ilegal. El Tebas les agradeció el gesto besando a la suegra. El ternasco
tardó en llegar y el grupo se solazó en los baños. Rocas regresó con una
pequeña jaula y abrió con malicia la trampilla. Un huidizo cochinillo correteó
asustado por el gran salón. La gran mayoría de los invitados saludó con vítores
la propuesta.
En la
antesala de la barra libre una Marga llorosa instó a Nacho a recogerse: “Ya
está bien. Lo de hoy ha sido vergonzoso. Son unos animales. Sácame de aquí”. El
hotel se encontraba a escasos cien metros del restaurante. Nacho escoltó a su
esposa hasta la habitación. “Última vez Ignacio, ¡última!, que nos juntamos con
esta chusma. Lo de esta noche no se puede ni contar, ¡qué vergüenza!”. Mientras
Marga se desvestía Nacho, un pelín tostado, se repantingó sobre el butacón de
cuero. Las imprecaciones de ella no atisbaban horizonte: “¡Qué paletos, por
Dios! ¡Qué garrulos! Me van a ver el pelo otra vez por aquí. Y luego dices tú
de la gente de Madrid...en fin”. Pasaron
varios minutos hasta que Marga reparó en él:
- ¿A qué esperas? Quítate la ropa
- Creo que debería ir a despedirme de
éstos
- Vamos Nacho, mira cómo vas. Quítate
el traje.
- No Marga, me vuelvo al restaurante.
- ¡Nacho!, escúchame bien: si cruzas
esa puerta, por mí como si no vuelves. ¿Me oyes?
Nacho cerró
con delicadeza y descendió en el ascensor. No se reconocía.
No habían
pasado quince minutos desde la rebelión. La cerradura magnética cedió y Marga,
que aún no había logrado conciliar el sueño, se hizo la dormida. “Tan
calzonazos como siempre”, pensó triunfal.
- Marga… Marga… Sé que estás despierta…¡Marga!
- ¡Por Dios Nacho, acuéstate! ¡Y déjame
en paz!
La luz
exterior del pasillo sombreó la silueta de su marido, que permanecía inmóvil en
el umbral de la puerta. Marga distinguió el pañuelo en la cabeza y el purito
alargado, que colgaba de sus labios. Una densa neblina de humo honró su
despedida:
- Ha ganado Tokio, Marga. Jo-de-te.
Javier Iribarren
Natural, dinámica, efectiva, con gracia... Sin entrar en detalles, me parece una buena narración, en la línea de las que ya conozco tuyas, Javier.
ResponderEliminar.
ResponderEliminar. Javier: supongo que esto es lo que
se llama escribir bien, ya sabes -creo- cuál
es mi criterio con tus historias: primero, que
es asunto personal, la dificultad con los
argumentos: no entiendo -por decirlo así-
el lenguaje con argumento -ya sé que
me ventilo toda la narrativa universal,
pero qué vamos a hacer: ahora me importa
tu narrativa-. Y, segundo y más peludo -o
más cornudo-, la conciencia de escribir,
que, cuando te leo, va y viene, como
si al ver una película no pudiese evitar el
darme cuenta del rodaje. En la anterior
entrega, no tuve conciencia de escribir -lo
que percibo es tu conciencia de escribir, claro,
no la mía-. Pero esta vez ha estado acechando.
Son, quizá, mis manías, pero soy un lector,
tu lector. Vengo a decir -siento ser tan largo
para explicarme- que es demasiado difícil
que me pase al otro lado, al de Marga y Nacho.
Para acabar de ser repelente: Ortega, sobre la
novela: hay que empezarla con un terremoto y que
vaya cada vez a más. Hay que multiplicar los detalles
hasta que desborden al lector -no le quepa en la cabeza-
y, después, cortarle la retirada: que tenga que quedarse
en el mundo de tu novela. Otra cosa que dijo, enorme
y evidente, que quizá tu historia cumple a la perfección:
al lector lo que le interesa son los personajes, no los
argumentos: si te caen bien, lo que hagan es lo
de menos… usaba como ejemplo las series
de televisión o por entregas.
Y -ya acabo-, la vida, pero no descrita, sino
experimentada: el tipo -Ortega- decía que
Dostoievski nos engaña: describe un personaje
que luego, en la novela, no obedece a la
descripción: como la vida, dice Ortega: nos
engaña, es contradictoria… como las personas
reales que encontramos en el mundo.
Me callo ya. Gracias por compartir
este bien escrito relato -o parte de
relato o de novela-.
Un saludo
Narciso
.
Hola a todos y gracias por las valoraciones. El tema de la conciencia, Narciso. Quiero entenderte (sobre todo con el ejemplo de aquellos actores norteamericanos, que parecían no estar actuando), pero a veces me cuesta aislarla. Creo que las artes escénicas ofrecen más posibilidades de silenciar esa conciencia acechante. En el fondo creo que depende también de factores accesorios (la primera o tercera persona, la familiaridad de los argumentos, el mensaje, si lo hay). Recientemente he leído varias novelas de Michel Houellebecq, odiado e idolatrado a partes iguales. Pueden variar los escenarios y las historias, pero la sensación es que todos los personajes protagonistas son su alter ego. Su conciencia, pro así decirlo, brota en cada página. Y lo mismo me sucede con otros (Coetzee, Roth...).
EliminarNunca me había sometido a un escrutinio tan exhaustivo de mis escritos, y lo agradezco enormemente. Pero la verdad, no pensaba que daban para tanto. Ahora bien, Narciso, manejas un argumentario que me supera con creces. Dostoieski, Ortega, Azorín... Si he de ser sincero, no los he "trabajado" (tampoco los llamados "clásicos"). Mis pretensiones a la hora de escribir son poco ambiciosas: transmitir una historia y cuidar las palabras (y la mayor parte de las veces pongo mayor énfasis en lo segundo).
Un fuerte abrazo y gracias otra vez
Javier Iribarren
Javier, me queda una duda, ¿Nacho se vuelve a ir a la fiesta o se queda con la muermo de su mujer?
EliminarYo no tengo la profundidad de Narciso pero noto que a veces resulta poco natural o coloquial, por ejemplo cuando le dice que es un inadaptdo. No s una palabra que suene al reproche que se supone que le quería hacer. Es una palabra que no es habitual.
Me sucede que veo en tu relato lo mismo que en algunos poemas, frases para la galería y frases con sentimiento, con fluidez.
Narciso es que es así,coge y te habla de Dostoievski de cómo nos sorprende cuando sus personajes cobran vida propia y etc. Yo te aconsejo que escribas con más sencillez. Mira, yo tengo una abuela que la pobre tiene un problema cognitivo y ¡Lee a Dostoieski! Ahora está con ofendidos y humillados. No capta las profundidades pero le entretienen los detalles y las conversaciones.
Yo creo que hay que escribir de tal forma que exista fluidez.
Gracias, yo sería incapaz de escribir un párrafo inventado.
Vladimira
Vuelve a la fiesta. Por ello lo de "honró su despedida". Pero quizá debería estar más claro, es cierto. Gracias
EliminarJavier
Gracias Javier, con tus personajes nunca se sabe. Me gusta mucho que se fuera y dejara a Marga plantada.
EliminarVladimira
Ha mi me ha gustado. No tengo suficiente criterio como para valorarlo críticamente.
ResponderEliminarSólo puedo decir que me ha gustado y entretenido y se queda uno con ganas de más.
Un saludo
Ángel