Nada, debió resbalar y al caer se daría con la cabeza contra el
bordillo, muchacho.
Isa...
La niebla del
alba tiñe el todo de luna con implacable palidez y en alguna casa con jardín las
desnudas ramas de los rosales golpean contra los cristales de las ventanas.
Nosotros no
tenemos jardín y la casa ni siquiera es nuestra, Isa.
Y ahora…
ahora sigues estando sola. Como siempre. Sola. Conmigo o sin mí.
cuando por deseo expreso de la familia…
La familia,
tendré que avisar a la familia, te dices.
Y recapacitas porque la familia, mi familia, eres tú, tú quien has de
hacer y deshacer, quien ha de decidir lo que se haga o no se haga con mis
restos.
Nada, debió resbalar.
¿Resbalar…?
No te lo quitas, lógicamente no puedes quitártelo de la cabeza.
Volvías de la
oficina sin paraguas. La tormenta
acababa de estallar furiosa, el agua, burbujeando y saltando, corría hacia las
alcantarillas con estrépito y fuerza, los tejados chorreaban y por los desagües
caían torrentes. Y tú, el pelo mojado y la lluvia en los labios, sorteando los
obstáculos sin bajarte de la acera porque la corriente inundaba la calzada.
La mirada
triste. Porque siempre fue triste tu
mirada, Isa, reconócelo.
Nada.
Te presentas
en la calle al inicio, doblando la esquina.
Puedo verlo. Y cuando pasa el tranvía, nuestro viejo tranvía, te haces a
un lado. Sorteando obstáculos. Estás
contrariada porque a medio día hemos reñido.
Una tontería sin importancia.
Pero cuando reñimos te hundes y no te recuperas hasta volver a mis
brazos. Te encuentras mal y aún así tarareas algo. Una canción de moda que
desconozco, porque siempre he desconocido tus gustos y tus canciones, Isa. Perdona. Alzas la mirada, apuras el paso, qué
cielo tan extraño, apocalíptico: Apuestas, Lotería, Cine Capitol, doble sesión,
plis plas, plis plas, plis plas, neón
intermintente y multicolor que se refleja en la acera, plis plas, brillante por la lluvia, Cafetería Snack Esplanade,
desayunos desde las seis de la mañana, una canción de los setenta, You're so vain I be you think
this song is about you, don't you, don't you, en el Esplanade
siempre se oyen canciones antiguas que normalmente te gustan, nos gustan, you had
one eye in the mirror as you watched yourself gavotte, pero esta de ahora diluye
la que tú tatareabas, suave, amorosamente. Trattoría
Cambalache, pastas y pizzas de primera calidad. Miras la calzada
inundada. El agua arrastra cantidades de
basura, y te enternece ver un ramo de novia que empuja la corriente.
Luego, de
repente el tumulto, el ruido, la ambulancia.
En la puerta de casa, frente al número tres. Y tú, sola.
Como siempre. Conmigo o sin mí, sola.
En el suelo,
golpeado por la corriente y por la basura que el agua arrastra ―colillas,
periódicos, restos de comida y algún condón usado― el cuerpo de un hombre con
abrigo gris abraza los adoquines.
Insensible ya al paso del tiempo.
Rodando lento al compás de la tierra. Es joven.
El hombre muerto que abraza la calzada es joven. De mi edad. De la tuya, Isa. Soy yo.
Y junto a la acera una hoja de lechuga empapada y marcada por la suela
de un zapato, de mis zapatos, piensas.
Los que tú me compraste, Isa. Y
se te pasa por la cabeza que la culpa es tuya, nada más y nada menos, por
Dios. Te remuerde la conciencia. ¿Por qué
te remuerde la conciencia? Jamás debería
remorderte la conciencia. Eres
inocente. Siempre lo has sido. Pero la bolsa del supermercado con los embutidos,
la botella de vino rota, el pan y la fruta, sobre todo la fruta, Isa, la que
había comprado para ti, todo, toda esa imagen de aquellas minucias esparcidas
por el suelo, te hacen sentir culpable.
Y el abrigo, ese abrigo gris que llevo puesto y que tanto odias… No me
gusta, Bob, pertenece a otra época y pareces un donnadie.
Y, ahora por la
mañana ya, perdida sin saber qué hacer...
Servando Gotor
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