La caridad “cristiana”… La caridad no debería
tener adjetivos. La izquierda, que lleva dos siglos imitando las formas y ritos
clericales, que tanto odia, porque funcionan (llevan dos milenios funcionando),
la izquierda, digo, habla de “solidaridad”.
También llama “autocrítica” al “examen de conciencia” y “mitin” a su
comunión (“común unión”). Son cosas que
funcionan y lo saben. La masonería ha
imitado siempre las liturgias cristianas y Galdós, reconocido anticlerical, se
burlaba de ellos precisamente por eso (La Fontana de Oro, El Gran Oriente
español).
Esa caridad sin adjetivos
nos mueve a ayudar al necesitado mediante limosnas. También, nos mueve a darle
enseres y objetos de primera necesidad: ropa, comida, etc. E incluso, excepcionalmente y una vez al año,
para Navidad (y esto sí que es caridad “cristiana”) hasta nos mueve a sentarle
en nuestra mesa. Al menos eso se decía. Porque yo, mísero de mí, he de reconocer humildemente que nunca lo he practicado
ni conozco a nadie cercano que lo haya hecho. Bien, de acuerdo, no lo haremos,
pero en la cabeza –al menos- nos gruñe la posibilidad y hasta el remordimiento.
Es el latido de nuestra cultura occidental, esencialmente griega, romana y,
sobre todo, cristiana, nos guste o no. Conste que soy agnóstico, pero la realidad
se impone y nada más necio que negarla.
El latido, sí. Ahora
bien, lo que ni nos suena como un eco lejano, porque ni se nos ocurre ya que no
está en nuestro inconsciente occidental, es acoger a un pobre bajo nuestro mismo
techo, con nuestros hijos, nuestras esposas, nuestras madres… Y ese inconsciente aflora hasta en las obras occidentales
más revolucionarias. ¿Recuerdan
“Viridiana” (Buñuel, 1961)? La joven
novicia, también impregnada de una errónea caridad “cristiana”–pues no está ni
estaba en nuestro inconsciente colectivo- acaba por meter a un grupo de
marginados en su casa. ¿Y qué ocurre?
Que destrozan la casa y la violan a ella. Buñuel lo decía: es que la solución a
los problemas sociales, a las desigualdades, no se arregla con migajas. Si la película quería ser revolucionaria de
verdad tenía que acabar mal, señalar que la solución no es esa. La solución es reformar el sistema,
mejorarlo, no la caridad (cristiana o no) no la solidaridad (marxista o no), no
las migajas. Y el pobre no tiene que ser
sumiso, tiene que ser un delincuente voraz y sanguinario, un rebelde contra esa sociedad que tanto le oprime. Nada de conformismo:
lo marginal debe representarse como es y debe ser: violento. No como los pobres de Dickens.
Bueno, pues eso de meter
al pobre en nuestra casa (y el pobre, en su papel, está demostrando por lo
general que no es conformista sino delincuente, y a las cifras carcelarias me
remito) eso de meterlo en nuestra casa, digo, eso es lo que ha hecho
occidente. En lugar de buscar la mejora
del sistema (del sistema “global”) el occidente buenista ha acogido a los
pobres en su casa. Y, claro, la delincuencia, como nuestra propia ruina, aumenta
(y con razón). Y no es racismo, porque
no me estoy metiendo con los emigrantes quienes, en definitiva, están y deben
estar en su papel. Me estoy metiendo con
los sinvergüenzas que nos mandan, que son occidentales como nosotros y, por
tanto, tienen nuestra misma mentalidad. Y
para el dato, el dato de la delincuencia en aumento, baste leer bien los
periódicos y comprobar dónde anidan los mayores brotes de delincuencia y baste
asomarse a las cárceles para ver el índice de presos extranjeros.
Ayudemos, por supuesto.
Pero en vez de darle pan –que también-, enseñémosles sobre todo cómo pueden conseguirlo y
posibilitemos y habilitemos que lo consigan.
Pero no los metamos en nuestra casa. Eso nunca funcionó.
¿Xenofobia? ¿Racismo?
Venga, por favor, basta de insultos burdos y absurdos.
Truhán
Sin embargo la película Viridiana no acaba mal.
ResponderEliminarBuñuel se reía del final de la película que le impusieron los censores españoles
En su versión original Viridiana (Silvia Pinal) abría la puerta de su cuarto a Jorge (Fernando Rabal) que se cerraba tras ellos. Los censores entendían que este final sugería una relación sexual entre ambos primos. Buñuel dijo al censor: ¿le parece bien que terminen jugando una partida de cartas? y le contestaron que sí. De modo que la película termina jugando a las cartas Jorge con Viridiana y su criada en una clara alusión a un menage a trois.
Antonio