La llamaban, como no podría ser de otra forma, la Isla Helada. Nadie había llegado allí con vida: cayeron antes, tirados por la tempestad, derruidos de frío. A quien se había aproximado a la orilla se le había clavado un témpano afilado en el corazón: como castigo por tenerlo. Y otro en sus recuerdos.
Hasta que alguien consiguió sobrevivir un tiempo en la Isla. Y pensó que le gustaba. Y pensó que podría cambiarla. Se llevó todas las persianas, y pensó, también, que podría hacer salir el sol por donde quisiera. Se llevó hogueras. Cerillas. Antorchas. Fuegos artificiales. Dragones. Reunió todo el fuego que pudo, y consiguió que la Isla ardiera. Y pensó que le gustaba.
Era cálido. El calor siempre se ha asociado a lo humano, a sentir. La Isla jugó a ser humana. Jugó a sentir, y a dejarse querer. Incluso, intentó imitarlo.
Y entonces la Isla de Hielo intentó hacer fuego. Reunió hojas secas y cortó leña, como había visto hacer a otros. Prendió una mecha. Y sus dedos de hielo se derritieron, y humeantes nubes de humo azul surcaron el cielo. Y se dio cuenta de que ya había sido suficiente. Y sopló, y sopló, y su gélido aliento apagó todas las velas incluso cuando no tenía nada de celebrar. Y decidió que las estalactitas eran las únicas que llegaban a su altura. Y la Isla sigo siendo una isla. Mientras todo lo demás, a su alrededor, ardía.
esa gélida mujer frente al ardiente magma es poesía pura
ResponderEliminarantonio
La llamaban, como no podría ser de otra forma, la Isla Helada. Nadie había llegado allí con vida: cayeron antes, tirados por la tempestad, derruidos de frío. A quien se había aproximado a la orilla se le había clavado un témpano afilado en el corazón: como castigo por tenerlo. Y otro en sus recuerdos.
ResponderEliminarHasta que alguien consiguió sobrevivir un tiempo en la Isla. Y pensó que le gustaba. Y pensó que podría cambiarla. Se llevó todas las persianas, y pensó, también, que podría hacer salir el sol por donde quisiera. Se llevó hogueras. Cerillas. Antorchas. Fuegos artificiales. Dragones. Reunió todo el fuego que pudo, y consiguió que la Isla ardiera. Y pensó que le gustaba.
Era cálido. El calor siempre se ha asociado a lo humano, a sentir. La Isla jugó a ser humana. Jugó a sentir, y a dejarse querer. Incluso, intentó imitarlo.
Y entonces la Isla de Hielo intentó hacer fuego. Reunió hojas secas y cortó leña, como había visto hacer a otros. Prendió una mecha. Y sus dedos de hielo se derritieron, y humeantes nubes de humo azul surcaron el cielo. Y se dio cuenta de que ya había sido suficiente. Y sopló, y sopló, y su gélido aliento apagó todas las velas incluso cuando no tenía nada de celebrar. Y decidió que las estalactitas eran las únicas que llegaban a su altura. Y la Isla sigo siendo una isla. Mientras todo lo demás, a su alrededor, ardía.
Está bien el/este cuento
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