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En algún
lugar del barrio, en la noche, cuando el insomnio se me apodera y vuelvo a oír
el silbido del tren cruzar los tejados, alguien está componiendo la portada de Ítaca. Alguien que a la mañana siguiente amanecerá con
los ojos cansados, pero satisfecho del trabajo. Porque hasta al cura, a don
Alejandro le gusta el formato, la composición de Ítaca. Para su hoja
parroquial la quisiera. Por los clavos de Cristo, si algún día llegara a saber
quiénes son, les encargaría a ellos la Hoja Parroquial.
También en
casa teníamos siempre no uno sino varios números de Ítaca. Y tú disfrutabas con ellos, leyéndome un
artículo, recomendándome otro, explicándome siempre los contenidos y emitiendo
tus propias críticas. Porque siempre hay
que ser crítico con todo, me decías.
Recuerdo que los leías y releías y los guardabas como un tesoro. Y
también a ti te encantaba su presentación, su grafía, y me hablabas del tipo de
letra, sencillo pero elegante, de las imprentas antiguas, las viejas minervas,
del sistema offset... ¡de todo! Y, como
la Historia te entusiasmaba, como todo en la vida y en especial lo de nuestra
ciudad, tus ojos brillaban cuando me contabas que la primera imprenta que hubo
en España, el primer texto impreso, se hizo aquí: el “Manipulus
Curatorum”, en el siglo XV. Una especie de manual dirigido al espíritu,
escrito por un clérigo turolense en el siglo anterior. Y enseguida aparecieron
otras imprentas, famosas en toda España: las de Jorge Cocci, Pedro Bernuz, Domingo
de Portonariis... Lo de Gracián no es
una casualidad, está detrás la imprenta, me decías. Hasta un ilustrado de nuestra tierra, Joaquín
Ibarra, creó una tipografía propia. ¡Ah!
Y Servet. ¿Sabías que Servet tenía una
imprenta clandestina escondida en el bosque? Y luego insistías en esa primera imprenta en
Zaragoza. Y a mí me parecía que Ítaca
era la sucesora de aquel primer artilugio, de aquel primer vómito, de aquel
primer descaro. Porque las imprentas siempre han resultado molestas,
insolentes.
Y luego me
hablabas de tu imprenta. Porque tú
empezaste trabajando en una imprenta y llegaste a tener la tuya. Una ruina, me
decías. Una ruina. Y con enorme dolor me
contabas cómo tuviste que dejarla.
Deshacerte del negocio. Menos mal
que luego vino lo del ayuntamiento...
Bueno, en realidad allí, en el ayuntamiento, te enclaustrarías hasta la
jubilación, protestando por ello muchas veces, pero también satisfecho porque
con aquel trabajo sacaste a flote a la familia. Y entonces te acordabas del
abuelo Juan. De la fortuna que llegó a
hacer vendiendo mulas. Que igual que la hizo se disipó entre tantos hijos que
tuvo, sobre todo los del primer matrimonio con Constantina Calmarza. Tú, el más pequeño, apenas lo conociste
porque murió cuando sólo tenías seis años.
Para mí el abuelo no era más que una referencia vaga, muy vaga. Un
fantasma gélido y lejano. Un ricachón
que se paseaba ufano por el pueblo montado en su buen caballo, con una elegante
capa de fieltro. No, no me gustaba el
abuelo.
Servando Gotor
La ciudad sin faro
Índice
ResponderEliminarPresentación. Por José Antonio Vizárraga
LA CIUDAD SIN FARO.........................9
Martes, veintisiete. El regreso.........13
Mañana lluviosa.........................23
La abadía..............................127
Im abendrot............................235
Recortes de prensa.....................279
Adenda: Reconocimiento de deudas.........283
Pero para que entiendas
para darte mi vida
tengo que contarte una historia
(Virginia Woolf, "Las olas")
(CONTRAPORTADA
Impacto del reencuentro de un hombre con la ciudad de su infancia y juventud (Zaragoza), a la que ha regresado definitivamente con el mismo sentimientode búsqueda y fracaso personal con que la dejó unos veinte años atrás. Durante una jornada completa de intenso recorrido por sus calles conjura recuerdos importantes pero no consigue encontar la ciudad ni encontrarse a sí mismo.
Paralelamente, las autoridades locales organizan, con gran bulla y aparato, el recibimiento de un intelectual que también regresa, pero éste tras una exitosa carrera artística y profesioanl en el extranjero.
Como telón de fondo de dicho encuentro -más bien desencuentro-, dos ciudades: la abjecta pero esperanzada Zaragoza del estertor franquista y la democrática pero frustrante de finales de siglo.)
isabel
Gracias, siempre, por tu atención, Isabel.
ResponderEliminar(Ángel he metido el link de tu atractivo blog musical -"Melódicamente"-).
Besos
todavía recuerdo como al gemio de impresores se les llamaba "del arte de la imprenta"
ResponderEliminar...esas antiguas imprentas con su dulzon olor a tintas, su silencioso personal de ojos enrojecidos, no se sabe si por la atención de su trabajo o por uina eterna fiebre producto de ocultos saberes, enfundados en sobrios guardapolvos azules marchando al ritmo sempiterno de las máquinas conformando un moderno ballet
esa atmósfera de misterio que tan bien ha sabido recoger Servando Gotor en este y otros capítulos su poliédrica novela
Antonio
"El arte de la imprenta" ¡Qué bonito!
ResponderEliminarD. Antonio, le sugiero, le recomiendo, que se haga con la autobiografía profesional de mi querísimo D. José Martínez de Sousa. Lástima que sea tan cortito. Quedará pasmao...
Cómo de una caja de imprenta se puede llevar lejos, lejos, lejos.
Es de la Editorial TREA, se titula:
"Antes de que se me olvide. Una aventura tipográfica y bibliológica personal e instransferible"
ISBN 84.9704.161.5
No se arrepentirá. Solo lamentará que sea tan corto.
!Me alegra que te guste Servando¡, me esmeraré todo lo que pueda, pues el sitio lo merece.
ResponderEliminarUn abrazo
angel