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Peregrino a Villanueva
de Sigena, el pueblo natal de Miguel Servet, en el quinto aniversario de su
martirio, que se cumple el mes que viene, el 27 de octubre. El pueblo es
silencioso y solitario, hay quien mata el tiempo en la puerta del único bar
abierto en demorada charla a la espera de la hora de comer. Unos niños del
pueblo han subido hasta la plaza de la iglesia para jugar con el abuelo Servet.
Tardío consuelo para tan áspera y trágica vida. En la casa natal del teólogo
unos franceses escuchan atentos el relato del guía sobre la vida del sabio.
Me dicen que los de la
Iglesia Pentecostal unitaria tienen a Miguel Servet como uno de sus doctores y
que en el aniversario de su muerte, todos los años, le dedican aquí un tributo.
Servet seguramente fue mejor médico que teólogo y de lo que no cabe duda es que
era un ingenuo. Rebuscó por las Sagradas Escrituras y no halló la menor
referencia a la Santísima Trinidad. Pues, va uno y se lo calla, pero no viaja
por toda Europa divulgándolo, consiguiendo que los católicos lo quemaran en efigie
y los protestantes, en persona. Estos pentecostalistas bautizan en nombre de
Jesucristo únicamente y no creen en eso tan complejo de la Trinidad, al contrario,
dicen que Dios es uno. Problemas que se quitan, digo yo.
Las monjas
establecidas en el Monasterio me enseñan la iglesia y lo que queda del claustro
y estancias. Sus caras expresan dulzura y trascendencia. Una monja-niña me
advierte con una sonrisa angelical de que lo que estoy tocando no es ningún
adorno litúrgico sino un veneno contra los mosquitos y que tenga cuidado. Entre
tanta sonrisa y dulzura advierto rasgos de cierto fundamentalismo, ideas muy
espirituales, pero rígidas. Seguramente no son sino aprensiones mías, que con
el tiempo me vuelvo susceptible. Siento un profundo respeto por estas hermanas
de Belén, o algo así, que sienten orgullo por un monasterio que les es ajeno y
que lo cuidan, mientras que las que debieran de sentirlo como propio, quienes
lo fundaron y habitaron cerca de ochocientos años, las de la Orden de San Juan
de Jerusalén, desertaron de estás palúdicas tierras (el convento se cimenta
sobre un pantano) para morar en un lugar más confortable.
Aquí reposaron los cuerpos de nuestra reina doña Sancha, esposa de Alfonso II,
y los de sus hijos: Pedro II (el que murió excomulgado defendiendo a los
herejes cátaros) y las infantas doña Dulce y doña Leonor. Los aragoneses nos
acercamos poco a este panteón real.
Tanta acumulación de fenómenos
espirituales y religiosos en un pueblo de apenas quinientos habitantes
sobrepasa mi capacidad de comprensión. Esta estepa monegrina está llena de
enigmas, por algo yo la llamo “La estepa prodigiosa”.
Antonio Envid
deliciosa la foto de los chicos jugando con el abuelo Servet
ResponderEliminarMe han contado hace poco, que don Miguel, durante una de sus clases en la Universidad, fue abucheado, ridiculizado y le tiraron todo tipo de hortalizas, en medio de su clase.
ResponderEliminarAnte ésto, se sacudió todo de encima y tranquilamente, terminó su clase, marchándose después, sin inmutarse lo mas mínimo.
Antonio, Dº Antonio, el Sr. Envid,
ResponderEliminarlo hemos podido apreciar a lo largo del tiempo,
tiene una sensibilidad especial,
pone todos los sentidos que tenemos las personas ( y alguno más que sólo tienen los privilegiados) a la hora de observar las cosas, las personas, los hechos que luego nos relata
¿Quién puede extrañarse conociéndolo de la entrañable y bella fotografía?
¿Quién puede extrañarse de ese, abuelo Servet y los niños?
¿Quién de los matices, todos los matices con los que nos obsequía su relato?
Por todo ello y muchas otras cosas, me considero una lectora, seguidora de los textos que nos cuelga, Antonio, Dº Antonio, el Sr. Envid.
Hasta su próximo texto
isabel
Estimada Isabel, son muy gratificantes sus palabras. Tengo el privilegio de tener un medio, este blogg, y unos lectores, como usted, para comunicar estas joyitas que nos va regalando la vida y que únicamente precisan para encontrarlas que llevemos la mente abierta, libre de prejuicios. Cuando no puedes comunicar estos hallazgos el placer queda muy limitado.
ResponderEliminarAntonio