-
Pero de repente...
Se va la luz y al tiempo
un estruendoso trueno descarga sus watios sobre nuestras cabeza. ¡Horror!
Y en una esquina del Cuesco...
- Ostia Sire ¡Un cura!
- Un cura, Sire, allí, en el rincón. Lleva un pijama de seda azul todo bordadito
de amapolas.
- Y cómo güevos sabes que es
un cura.
- Por el gorro, Sire. Acaba en punta y está como dividido en tres
partes. Ademas lleva un palo de esos
largos. Mírelo que escuchimizado y qué pequeñajo. Y la nariz, ¿ha visto que nariz tan grande?
- Sí, aguileña. Ya veo.
No te jode, el Papa Luna en persona y con mi pijama de Arkansas.
- Y qué
hago, Sire.
- Pues, no sé.
Díle algo. Por ejemplo...
- ¿Ave María Purísima...?
- Por ejemplo.
Va, venga, díselo a ver.
- A-a-a...
Avemaríapurísima.
Y el
Papa Luna le contesta:
- Sin pecado, hermano, sin pecado que fue
concebida. A ver, a ver, arrodillate - y el waitter el muy cagao se arrodilla
-. Díme muchacho, dime, ¿hace cuánto que
no te confiesas?
- Pues no sé...
– y me mira el waiter porque tampoco sabe cómo tratarle. Yo le digo a lo bajinis que “Santidad”
-. Pues no sé. No lo recuerdo... Santidad.
- ¿Tanto
hace de eso, hermano...? Bueno, bueno, a
ver, dime, confiesa tus pecados, hijo...
-
Pecados, pecados, lo que se dice pecados, yo creo que no tengo, Mi Santidad.
- Su
Santidad.
- No, la
suya, por dios. Yo sólo soy un miserable pecador.
- Pues
entonces canta: a ver, pecados, pecados, muchos pecados, que es lo que a mí me
gusta. Me pasaré la vida eterna escuchando pecados, los más sucios y los más
sutiles, los más brutales y los más inocentes y, sobre todo, sobre todo,
contados con mucho detalle, minuciosamente, despacito, sin dar por supuesto lo
obvio, con demora en los pormenores, en los atenuantes y eximentes y
agravantes, sí, más bien en los agravantes, que añaden emoción y morbo al
asunto. Anda, feligrés, que tengo hambre de pecado.
- Pero,
Mi Santidad, así, de pronto…
- Su
Santidad.
- No, la
suya, por dios y por la virgen y por todos los santos. Que sólo soy un
miserable pecador.
- Pues
no se nota, oveja descarriada. O empiezas a cantar tus pecados o enseguida
sabrás por qué soy Mi Santidad. Su Santidad.
- Pues verá, Mi Santidad:
yo, cuando empieza la semana, me cago en todos sus días, lunes, martes,
miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, por si acaso. A veces viene Rosalía,
los jueves, y me trae una coliflor hervida y un tocinillo de cielo, siempre lo
mismo, pero yo me cago también en el jueves cuando empieza la semana, por si
Rosalía no viene.
Cuando empieza el día me cisco en todas sus verbenas, por si
acaso. Ya haga calor o frío o nada; ya llueva o haya un sol en el cielo como
una campana o haga un viento del carajo; ya haya nubes negras, desgarradas y
veloces o nubes blancas, rechonchas y detenidas. Me cisco en todas las verbenas
del día, por si acaso, por lo que pudiera pasar o dejar de pasar.
Cuando empieza el año me cisco en todos sus meses, enero,
febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre,
noviembre y diciembre. Siempre es por si acaso. Ya sabemos que abril es el mes
más cruel, criando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo,
removiendo turbias raíces con lluvia de primavera. En fin, yo, por si acaso, me
cisco en todos los meses el año, incluyendo abril, no vaya a ser que ese año
abril no se muestre especialmente cruel. Es una costumbre sana y supersticiosa
que hasta ahora me ha ido muy bien.
- Bueno, hijo mío, no vas por mal camino. No te sueltas con
los pecados pero sí con los detalles, que no es poco. Sigue, sigue y, por
favor, sé exhaustivo en los pormenores y en las circunstancias y en los
agravantes, sobre todo en los agravantes.
- Pero no soy hijo suyo, Mi Santidad.
- Su Santidad. Y eso de que no eres hijo mío está por ver, no
hay que precipitarse en tales afirmaciones.
- Pues verá, Mi Santidad, a mi me tira la gula, la pereza, la
envidia, la ira, la soberbia y la avaricia, para qué engañarnos.
- ¿Y la lujuria? Además, así, en abstracto, no me sirve tu
contrita confesión. Detalles y agravantes o sabrás en propia carne por qué soy
Mi Santidad. Su Santidad.
- Ya. Es que la lujuria no es que me tire, es que me posee,
me apasiona, me arrebata, me pone… y yo creo que por eso no es pecado. Sin
lujuria yo no sería yo, ni mi casa sería ya mi casa.
- Bien, bien, sigue feligrés, hijo mío, oveja negra. Detalles
y agravantes.
- Mi Santidad, que no soy su hijo, y menos negro.
- Su Santidad.
- No, la suya, por dios, que yo sólo soy un pecador miserable
y descarriado.
- Al grano, al grano. Mira, para que veas cómo se hace me vas
a confesar tu a mí, así aprendes.
- Pero, Mi Santidad…
- Su Santidad. Calla y escucha. Me acuso de haber vivido en
infame concubinato con Georgie Dan; su relación conmigo le inspiró el
chiringuito y la barbacoa, entre otros éxitos. Yo le quise y a veces él también
me quiso. En noches como esta lo tuve entre mis brazos. Lo besé tantas veces
bajo el cielo infinito. Él me quiso, a veces yo también le quería. Cómo no
haber amado sus grandes ojos fijos. De otro, será de otro, como antes de mis
besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no le quiero, es cierto,
pero tal vez le quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Fue en
Peñíscola, donde yo entonces residía…
- Jodo petaca, Mi Santidad.
- Su Santidad. Calla, escucha y no me interrumpas, que ahora
vienen los detalles y los agravantes...
(to be cont... vamos, que tamén)
Narciso y Servando
Cuescos
Este relato me recuerda a un compañero de trabajo que tuve en los primeros años de mi vida profesional.
ResponderEliminarEra maestro, pero también era diácono. Tenía que pasar con el señor arzobispo el examen de buen confesor. En él entraba saber el número de pecados cometidos y su naturaleza desde el momento de comenzar a pensar hasta su realización o no realización.
(je,je los pormenores de los que nos habla el cuesco. )
Lo pasó, puesto que lo ordenaron sacerdote
Lo despasó, puesto que al poco tiempo renunció al sacerdocio.
Como una cereza amarradita a la otra, aparece otra compañera: hiperactiva, curiosona, preguntona, habladora y a la vez inocente, ignorante, trapaletas sin maldad.
Tal vez por su hiperactiviad, el sueño la abandonó y el estres ocupó su lugar. Tuvieron que dormirla artificialmente para que volviera el reposo y el sueño a su vida.
Por su curiosidad, su forma de preguntar supimos cosas como la que acabo de contar. Los demás no nos hubiesemos nunca atrevido a preguntar: "¿Por qué estás tan nervioso? ¿cómo es el examen?" y, opinar, hacer en nuestras conversaciones el examen del maestro/diácono.
Estamos en los años setenta. Tiempos de seiscientos, dos caballos, ochocientos cinquenta, ciento veintisiete, algún Renault 8
(Casi) Todos eramos inocentes. El mundo estaba por hacer y la vida con sus inercias había golpeado poco .
isabel