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SGS |
Murgo es un hombre
aparentemente tranquilo, de vida metódica y un tanto rutinaria. Se está
poniendo el sol, tengo que refrescar las plantas, y Murgo, con un pulverizador,
humedece la livistona y el cisus, plantas que odia porque son regalo de su
madre. Descarga las tensiones, Murgo, relájate. Parece que va a llover, en esta
calle siempre parece que va a llover y nunca llueve. Murgo es pesimista y
extrovertido, conoce a todos los vecinos de la escalera menos a los del cuarto
izquierda, que son muy raros y nunca salen. En general cae bien a la gente pero
tampoco se entusiasman con él. Es un tipo agradable pero un tanto rígido, y los
demás perciben ese punto de rigidez, esa falta de flexibilidad que hace que el
trato con él no sea cálido ni cómodo ni acogedor. Murgo, ¿qué esperas de la
vida? Tranquilidad, mira, sobre todo tranquilidad. Tengo carácter de
funcionario, no me gusta el riesgo ni la improvisación ni las sorpresas. A la
vida le pido tranquilidad, sí, es algo que he pensado mucho y muchas veces y
siempre llego a la misma conclusión.
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¿Tienes alma, Murgo? Corazón
sí, que a veces me dan taquicardias y vuelcos; en el alma es que no creo, yo no
creo en nada que venga de la religión, dios y esas cosas. Son invenciones del
hombre para afrontar el miedo, la angustia de sentirse solo. Para entender la
vida de una planta no necesito a dios para nada; pues lo mismo con la
existencia del hombre. Mi mujer, de la que estoy separado, me decía, creyendo
insultarme, que era un guisante. En realidad me halagaba: un guisante es algo
acabado en sí mismo, definitivo, entero, completo, con un destino verde y
redondo. Qué más quisiera yo que ser perfecto como un guisante, sin conflictos
ni escisiones internas. Perdona un momento, es que la ardisia no está católica
y tengo que ponerle un poco de aspirina. La llamo Ptolomea, así, con la p
sonora. Las plantas son mis hijas, lo más perfecto de la naturaleza, para vivir
no necesitan corazón. Sobrias, adaptables, contenidas, hermosas a ratos. Una
planta se muere sin un quejido, hay que tener mucha entereza para eso. A lo
mejor es que no pueden quejarse, Murgo. También puede ser, claro, pero prefiero
pensar que no quieren quejarse a que no pueden hacerlo.
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¿Por qué, para qué vives,
Murgo? A mí es que me importa más la vida que el sentido de la vida; creo que
la vida tiene sentido en sí misma. Vivo por vivir, vivo para vivir. Me gustan
las cosas largas y azules, la impostura y las bolas de los árboles de navidad.
¿Y el dinero? Los billetes no, ninguno; las monedas de un euro y las de dos,
sí, por la corona dorada. Ya, pero me refería al dinero en abstracto, Murgo. El
dinero nunca debería ser abstracto, sino concreto como la vida, al menos como
la mía. No debería decirse tengo mil euros, sino tengo dinero para un
ordenador. El dinero abstracto mata la vida, cambia medios por fines y todas
esas cosas. Me gustan los pantalones vaqueros, también llamados tejanos, quizá
porque son largos y azules, y porque al principio se hacían con la tela de la
vela de los barcos, siempre pienso que les ha quedado algo del mar, sí, es como
si estuvieran teñidos con el agua del mar o moldeados por la fuerza del viento.
Si uno tiene dinero para comprarse unos vaqueros ya es rico.
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Murgo es piscis, su color
preferido es el verde cinabrio, su vida es una larga sucesión de omisiones e
imprudencias; nunca, casi nunca acierta a la hora de decidir y actuar: cuando
tiene que hacer no hace; siempre, casi siempre actúa antes o después del
momento oportuno. Quizá es demasiado consciente de las cosas. El fuego pensado
no quema. Murgo accede a contarnos su historia: a los tres meses de vida me
pusieron el primer marcapasos; mi madre, para educarme, utilizó un método
eficaz: cuando desobedecía, me desconectaba el marcapasos. Mi corazón dejaba de
latir mientras yo veía la expresión cruel y satisfecha de mi madre. Si quieres
vivir ponte la camisa estampada; si quieres vivir baja a comprar un kilo de
azúcar; si quieres vivir no salgas nunca más con Mónica. Todos los deseos y
caprichos de mi madre han sido para mí cuestión de vida o muerte. Si amo las
plantas es porque no necesitan corazón para vivir; inmediatamente me sentí
identificado con ellas y a salvo de mi madre. Cuántas veces he deseado ser una
aptenia, una alocasia, un ciclamen. A veces, para divertirse, por puro
aburrimiento, mi madre me desconectaba el marcapasos. Te voy a matar un ratito,
decía, que vivir sin parar cansa mucho. En la adolescencia, cuando por fin
llegué a ser más fuerte que ella, se compró un mando a distancia con el que
controlaba mi marcapasos. Me humillaba en público; una vez, en la plaza del
pueblo, a la salida de la misa mayor, delante de todo el mundo, me dijo desde
el campanario con el mando a distancia en la mano: Murgo, arrodíllate ahora
mismo y pídeme perdón por todo lo que has hecho o dejado de hacer. Yo estrenaba
aquel día unos pantalones blancos de franela y el suelo estaba lleno de barro,
pero me tuve que arrodillar, claro, y pedirle perdón por todo, por lo hecho y
por lo omitido. Dese usted cuenta, mi vida no estaba en manos de dios, sino de
mi madre, para qué creer en dios, entonces.
-
Murgo, de pronto, parece
angustiado. Perdóneme, dice, acaba de llegar mi madre. Como usted habrá ya
supuesto, aún utiliza conmigo el mando a distancia.
Narciso de Alfonso
Cuescos
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