miércoles, 4 de enero de 2012

MURGO (Narciso de Alfonso)

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SGS

Murgo es un hombre aparentemente tranquilo, de vida metódica y un tanto rutinaria. Se está poniendo el sol, tengo que refrescar las plantas, y Murgo, con un pulverizador, humedece la livistona y el cisus, plantas que odia porque son regalo de su madre. Descarga las tensiones, Murgo, relájate. Parece que va a llover, en esta calle siempre parece que va a llover y nunca llueve. Murgo es pesimista y extrovertido, conoce a todos los vecinos de la escalera menos a los del cuarto izquierda, que son muy raros y nunca salen. En general cae bien a la gente pero tampoco se entusiasman con él. Es un tipo agradable pero un tanto rígido, y los demás perciben ese punto de rigidez, esa falta de flexibilidad que hace que el trato con él no sea cálido ni cómodo ni acogedor. Murgo, ¿qué esperas de la vida? Tranquilidad, mira, sobre todo tranquilidad. Tengo carácter de funcionario, no me gusta el riesgo ni la improvisación ni las sorpresas. A la vida le pido tranquilidad, sí, es algo que he pensado mucho y muchas veces y siempre llego a la misma conclusión.
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¿Tienes alma, Murgo? Corazón sí, que a veces me dan taquicardias y vuelcos; en el alma es que no creo, yo no creo en nada que venga de la religión, dios y esas cosas. Son invenciones del hombre para afrontar el miedo, la angustia de sentirse solo. Para entender la vida de una planta no necesito a dios para nada; pues lo mismo con la existencia del hombre. Mi mujer, de la que estoy separado, me decía, creyendo insultarme, que era un guisante. En realidad me halagaba: un guisante es algo acabado en sí mismo, definitivo, entero, completo, con un destino verde y redondo. Qué más quisiera yo que ser perfecto como un guisante, sin conflictos ni escisiones internas. Perdona un momento, es que la ardisia no está católica y tengo que ponerle un poco de aspirina. La llamo Ptolomea, así, con la p sonora. Las plantas son mis hijas, lo más perfecto de la naturaleza, para vivir no necesitan corazón. Sobrias, adaptables, contenidas, hermosas a ratos. Una planta se muere sin un quejido, hay que tener mucha entereza para eso. A lo mejor es que no pueden quejarse, Murgo. También puede ser, claro, pero prefiero pensar que no quieren quejarse a que no pueden hacerlo.
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¿Por qué, para qué vives, Murgo? A mí es que me importa más la vida que el sentido de la vida; creo que la vida tiene sentido en sí misma. Vivo por vivir, vivo para vivir. Me gustan las cosas largas y azules, la impostura y las bolas de los árboles de navidad. ¿Y el dinero? Los billetes no, ninguno; las monedas de un euro y las de dos, sí, por la corona dorada. Ya, pero me refería al dinero en abstracto, Murgo. El dinero nunca debería ser abstracto, sino concreto como la vida, al menos como la mía. No debería decirse tengo mil euros, sino tengo dinero para un ordenador. El dinero abstracto mata la vida, cambia medios por fines y todas esas cosas. Me gustan los pantalones vaqueros, también llamados tejanos, quizá porque son largos y azules, y porque al principio se hacían con la tela de la vela de los barcos, siempre pienso que les ha quedado algo del mar, sí, es como si estuvieran teñidos con el agua del mar o moldeados por la fuerza del viento. Si uno tiene dinero para comprarse unos vaqueros ya es rico.  
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Murgo es piscis, su color preferido es el verde cinabrio, su vida es una larga sucesión de omisiones e imprudencias; nunca, casi nunca acierta a la hora de decidir y actuar: cuando tiene que hacer no hace; siempre, casi siempre actúa antes o después del momento oportuno. Quizá es demasiado consciente de las cosas. El fuego pensado no quema. Murgo accede a contarnos su historia: a los tres meses de vida me pusieron el primer marcapasos; mi madre, para educarme, utilizó un método eficaz: cuando desobedecía, me desconectaba el marcapasos. Mi corazón dejaba de latir mientras yo veía la expresión cruel y satisfecha de mi madre. Si quieres vivir ponte la camisa estampada; si quieres vivir baja a comprar un kilo de azúcar; si quieres vivir no salgas nunca más con Mónica. Todos los deseos y caprichos de mi madre han sido para mí cuestión de vida o muerte. Si amo las plantas es porque no necesitan corazón para vivir; inmediatamente me sentí identificado con ellas y a salvo de mi madre. Cuántas veces he deseado ser una aptenia, una alocasia, un ciclamen. A veces, para divertirse, por puro aburrimiento, mi madre me desconectaba el marcapasos. Te voy a matar un ratito, decía, que vivir sin parar cansa mucho. En la adolescencia, cuando por fin llegué a ser más fuerte que ella, se compró un mando a distancia con el que controlaba mi marcapasos. Me humillaba en público; una vez, en la plaza del pueblo, a la salida de la misa mayor, delante de todo el mundo, me dijo desde el campanario con el mando a distancia en la mano: Murgo, arrodíllate ahora mismo y pídeme perdón por todo lo que has hecho o dejado de hacer. Yo estrenaba aquel día unos pantalones blancos de franela y el suelo estaba lleno de barro, pero me tuve que arrodillar, claro, y pedirle perdón por todo, por lo hecho y por lo omitido. Dese usted cuenta, mi vida no estaba en manos de dios, sino de mi madre, para qué creer en dios, entonces.
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Murgo, de pronto, parece angustiado. Perdóneme, dice, acaba de llegar mi madre. Como usted habrá ya supuesto, aún utiliza conmigo el mando a distancia. 



Narciso de Alfonso
Cuescos


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