Dicen que René Descartes inaugura con el “Discurso sobre el método” el pensamiento moderno y tenemos la suerte de saber exactamente en que circunstancias se gestó esta obra y hasta el momento en que se inicia. En efecto, el manuscrito de Descartes lleva de su puño y letra el siguiente encabezamiento: X Novembris 1619, cum plenus forem Enthousiasmo et mirabilis scientiæ fundamenta reperirem... , de modo que fue el diez de noviembre de 1619 cuando comienza su obra y también conocemos los motivos que le movieron a ello, pues nos los cuenta el propio autor en su libro:
“Hallábame, por entonces, en Alemania, adonde me llamara la ocasión de unas guerras que aun no han terminado; y volviendo de la coronación del Emperador hacia el ejército, cogiome el comienzo del invierno en un lugar en donde, no encontrando conversación alguna que me divirtiera y no teniendo tampoco, por fortuna, cuidados ni pasiones que perturbaran mi ánimo, permanecía el día entero solo y encerrado, junto a una estufa, con toda la tranquilidad necesaria para entregarme a mis pensamientos.”
Las guerras a las que refiere el autor son las que conocerá la Historia como “La guerra de los treinta años”, y el emperador a cuya coronación asistió es Fernando II, coronado emperador en Francfort, en 1619.
Fue, pues, en aquella convulsa Europa, en medio de la devastación causada por la violencia de unas guerras sin fin, de camino a su unidad del ejército, refugiado en su cuartel de invierno cuando Descartes crea todo su método deductivo basado en el mero discurso de la inteligencia, que tanto contribuyó al desarrollo científico posterior. Nunca se ha vivido tal horror, se mataba por diferencias religiosas, por odio, por ser enemigos, pero sobre todo, al vivir las tropas sobre el terreno, se robaba, se violaba, se torturaba hasta por entretener el ocio, asolando las tropas la población civil.
En mi imaginación esta guerra es especialmente cruenta por haber visto de niño la reproducción de un grabado de Jacques Callot que muestra un árbol completamente cuajado de cuerpos de ahorcados, como si de ubérrima cosecha de macabros frutos se tratara. Es una imagen que ha permanecido imborrable en mi cerebro.
Los hombres matan y a la vez son muertos,
roban y violan y son ultrajados.
La peste y el hambre se han adueñado
de la vasta tierra que cubre el invierno.
Mientras tú, cómodamente instalado
al amor de la célebre estufa,
en tanto una pipa de espuma chupas,
descubrir el orden, intentas, del caos.
Con el frío estilete de tu lógica
de la razón las partes diseccionas
y en un mundo coordenado, toda
pieza va al lugar que seleccionas.
El mundo se derrumba y tú gozas
reconstruyéndolo sobre un axioma.
Este soneto me fue inspirado por la actitud de Descartes. No se muy bien si impresionado por su sabiduría al despreciar lo contingente (la guerra y su miseria) y centrarse en lo duradero, en la creencia de que la inteligencia humana puede superar cualquier dificultad, o por su egoísmo, al aislarse de la tragedia general para dedicarse a sus lucubraciones, o por la capacidad de Europa para evolucionar hacía mundos más humanos a través de sus cruentas guerras. Confiemos en que en medio de las dificultades que hoy atraviesa Europa se estén elaborando las bases para un duradero y próspero futuro.
Antonio Envid
Aunque en ocasiones no hemos de olvidar que "la pluma es más fuerte que la espada" (Lord Lytton), O acaso tampoco, y estas palabras sean una justificación de nuestro "cómodamente instalado" pensamiento.
ResponderEliminarEstimado Juan, pues, "tampoco", frente a la utopía de que la poesía es un arma cargada de futuro está la cruda realidad de que la pistola es un arma cargada de presente. Cuando Machado le dice a Lister "si mi pluma valiera tu pistola de capitán.." pensaba que un ente de sutil inteligencia guiaba las cosas de este mundo, después comprobaría que nada valían ni su pluma ni la pistola de Lister, sino una pistola mucho más eficaz, la de Franco.
ResponderEliminarCuando Descartes desarrolla su método es un soldado a las órdenes de Maximiliano de Baviera, siempre me he preguntado qué pintaba un filósofo en el ejército.
Hay otro caso chocante: el de Azaña, mientras la República se hunde en el caos y los republicanos son cazados como conejos, él, el Presidente de la República, se retira al parador de turismo de Benicarló a escribir, meditar y lucubrar.
No es extraño que las pistolas triunfen sobre las plumas
Antonio
Por algo una es incondicional de estos lugares.
ResponderEliminarBueno todo. Los artículos, lo serio unas veces, los divertimentos otras,los comentarios ... Literatura y sabiduría siempre.
A veces no puedo controlar el impulso de escribirlo y eso que odio el peloteo o que a la verdad algunos la pudieran considerar peloteo. Hoy, escrito queda
isabel