SGS |
Dime osadías, Remo,
dime sandeces, indecencias, disparates, porquerías, haz que me sienta una
mujer, aunque sólo sea por un rato.
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Me gustas más que el fútbol, Silvia, quisisera ser un entero equipo de
fútbol, con reservas y suplentes incluidos, un buen equipo de primera o de
segunda, sí, ser todos los jugadores a la vez y amarte con prisa y desgarro,
como si ya no fuera a verte nunca más, amarte con los once titulares, uno
detrás de otro, salvaje y precipitadamente, y después seguir amándote con los
suplentes, los reservas, el masajista, el entrenador, uno detrás de otro, sin
darte tiempo a descansar, si acaso unas friegas rápidas del masajista pero nada
más.
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Sigue, sigue, Remo, por favor, un poco más, y échale más imaginación y
más morbo, anda.
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Yo sería un pura sangre árabe, galopando por el bosque, y tu serías la
dulce y lasciva muchacha que habrías salido de paseo para hacerte la
encontradiza con granjeros, labriegos, ociosos, mozos de cuadra, cazadores y
pescadores. De pronto te vería, justo cuando te agacharas para coger una tierna
flor azul, y entonces todo mi poderío equino, la energía de mi salvaje
naturaleza, el recóndito celo de semental, los instintos sexuales más
primitivos, todo se apoderaría de mí al verte, y saldría del bosque para ir a
tu encuentro, y tú enseguida adivinarías mis claras intenciones, y te montaría
allí mismo, en medio de la pradera, sin precauciones ni recato, ciega,
apasionadamente, una y otra vez, hasta agotarte, y después te llevaría sobre mi
sudoroso y brillante lomo hasta al río, a la sombra de un nogal, y te daría
fresas silvestres hasta que estuvieras descansada y de nuevo amorosa, y allí
mismo, a la vera del río, sin miramientos ni tonterías, te volvería a montar,
una y otra vez, hasta agotarte, hasta que me dijeras basta amor, basta por el
momento.
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Dime cochinadas, Remo, cosas lujuriosas y soeces que invadan mi
imaginación y mi espíritu, anonádame.
-
Yo sería un estrangulador buscado por toda la policía y tú serías una
despistada muchacha paseando sola en la noche de la ciudad. La luz verde y roja
de los neones se reflejaría en el asfalto mojado. La calle desierta, los
contenedores de basura llenos y volcados, solamente el sonido de tus pasos. Te
atraparía justo cuando pasaras por el portal de la calle Windsor, 32. Mi mano
tapando tu boca mientras te arrastrara al interior y te dejara caer sobre la
sucia escalera. Mi diestro cuchillo rasgando tu ropa, mi excitación ya
incontenible, tus ojos horrorizados cerrándose despacio, vencidos al sentir la
penetración, mi mano buscando tus pechos, tu garganta. Y de pronto yo sabiendo
que no te podía estrangular, que todavía no te podía estrangular, que
necesitaba tu sexo otra vez, otra vez, arrastrándote entonces al ascensor,
volviendo a poseerte, mi mano de nuevo buscando tu garganta, y yo volviendo a
saber que no, que todavía no, que antes de matarte necesitaba penetrarte otra
vez, una vez más, y la sirena de la policía sonando en la calle, y tú
levantándote y cogiéndome de la mano y guiando mis pasos en la oscuridad y
besándome largamente mientras volvía a poseerte, y tú febril, buscando mi
cuello con tu mano y pidiéndome sigue, sigue, una vez más.
Narciso de Alfonso
Cuescos
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