Estar en el momento oportuno y en el sitio justo no siempre es decisión personal. De ahí que la celebridad y la dicha sean prerrogativas que sólo los hados -léase Economy Global- conceden a sus predestinados. Y es que a veces el destino, la ocasión, la presión social, la propia divagación y extrañamiento, o la coacción de otros hacen que uno se sienta mal o boca abajo, no importa dónde ni bajo qué mínimos. Siempre en el sitio equivocado.
Y me dijiste eres raro, culo de mal asiento. Y me acordé de aquella vez que siendo niño, en clase, mi compañero de pupitre y yo nos aburríamos como hormigas sin granero, como acequia sin agua. Y nos pusimos a ver quien de los dos conseguía posar el lápiz de punta, sin que se cayera. Y ni siquiera una vez pude mantener vertical el lapicero sobre la mesa. Luego el maestro nos sorprendió en práctica educativa tan habilidosa como excelente. Y nos expulsó del aula. A clase se viene a aprender. Y desde entonces soy esa puta herramienta ignorante que va de aquí para allá, no sólo sin poder escribir lo que quiero, sino sin soporte, tableta o encerado donde hacerlo. Siempre expulsado en ese pasillo, tierra de tránsito, lugar de nadie. Soy ese pobre pájaro azotado por el viento sin poder degustar nunca las uvas de las parras de Corinto.
El GPS de este sistema eurocapitalista señala mi posición en otra parte. Y ni siquiera en otra parte, que siempre me localiza donde no me encuentro. Soy como la orilla del centro, centro descentrado, margen sin margen, ilimitado límite. Soy deslocalización y deseo innombrable. Y así como Ulises desubicado, retrasaba su llegada a Itaca, porque no quería encontrarse de nuevo consigo mismo, ni tampoco reunirse con su aburrida y repetida Penélope, yo también, anónimo sin nombre, voy de aquí para allá extraviado, dividido, sin sentirme nunca en mi rincón preferido.
Y me dijiste ¿cuál es tu lugar preferido? Y me quedé sin saber. Nunca nadie hasta ahora me había preguntado tal cosa. Será por eso que ando siempre cabeza abajo, de malhumor, desequilibrado y perdido.
Y me acordé también de aquel poema Me equivoqué de mi, que de mayor yo mismo compondría a la sombra de una iglesia. ¿Fue en un templo, o amparado bajo las siglas de cualquier partido? No me acuerdo. Pero para el caso, es lo mismo.
Y después, (hoy), ya no me siento equivocado. Soy la equivocación misma. Un pequeño lapicero incapaz de ponerse de pie. O mejor que lo diga con su habitual melancolía el autor de Les fleurs du mal:
Le Poète est semblable au prince des nuées
Qui hante la tempête et se rit de l'archer;
Exilé sur le sol au milieu des huées,
Ses ailes de géant l'empêchent de marcher.
(L'Albatros. Baudelaire)
Juan Serrano
de su blog: Blao
27 junio, 2013
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