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El fotógrafo de las rosas rojas a ti, nos ha dejado una ventana clásica con un libro abierto por lo blanco y cruzado en diagonal por el verde tallo de la rosa, que allá al fondo, donde se acaba la página, desenfocada, enseña su sexo rojo, que no es metáfora, sino que es por ahí por donde las flores se lo hacen, quizá el viento o una abeja les facilitan el coito, el cruce que no pueden hacer ellas solas, y tal vez sienten la levísima convulsión de un orgasmito, de esa muerte pequeña, si alguna muerte es pequeña.
‘Manda rosas a Sandra, que se va de la ciudad’ –dijo el poeta. Adónde iría Sandra, con la que está cayendo, quizá no sentía ya el rumor entre dientes de flecha recién clavada que el amor tiene que producir, tal vez se le rompió el amor de tanto usarlo, como les pasó a Bernarda y a Fernanda de Utrera, que cantaban con los bajos, con los adentros, con el potorro del coño, según sus propias palabras de jondo.
En suma, que la rojísima rosa está agonizando sobre los papeles del libro abierto de par en par, y uno, merodeando, no sabría qué elegir, si tuviera que hacerlo: la rosa, roja como la vida, que está entregando el alma entre tantos párpados o el libro que es todavía en blanco y negro, como las películas mudas, como la realidad.
Lo mejor que puede hacerse con una rosa es, tal vez, lo que haría una cabra como dios manda: comérsela con espinas, lo que viene a ser una forma simple y caníbal de amor, una incorporación a la propia carne de la rosa entera, que quizá acabaría asomando por los ojos de la cabra, enrojeciéndolos de pasión.
Merodeando, uno sabe de manera definitiva y cierta, sin esperanza ni tonterías, que ya no sabrá lo que es el amor, con lo que no me refiero a lo que se puede sentir, incluso tremendo, por una señora o señorita de la vida, sino más bien a lo otro, a todo lo otro que no se elige sino que te alcanza, si eres digno, y ya está: la guardia civil ha de abatirte a tiros, te han de clavar en una cruz para que te asfixies, ya lo dijo el poeta, claro, ‘la destrucción o el amor’.
Narciso de Alfonso
El Merodeador, IV
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