MJM |
En
Villamayor de Gállego, 17 de diciembre de 2011
Cuando
se aproximan estas fechas prenavideñas siempre me pongo nostálgica, esta
nostalgia crónica que me invade en estos días la dejé plasmada en mi novela Los
Castaños de Indias.
“Se acercaba a pasitos cortos el invierno, frío, plúmbeo,
nebuloso, con las oscuras tardes iluminadas por la escasa y amarillenta luz de
las farolas del Paseo, con los desnudos y rígidos árboles de aspecto
fantasmagórico a la sombra de esta iluminación tenue.
Mi amiga y yo, ya estábamos equipadas para el invierno con
los abrigos ingleses azul marino. A pesar del frío la vendedora de caramelos
permanecía en su esquina sentada junto a la cesta de mimbre; rutilante por el
celofán de las bolsitas de pipas y chupadores de colores. Todavía recuerdo la
cara de aquella pobre mujer con la tez pálida atenazada por el frío y sus
ojitos llorosos que parecían implorar misericordia; su trémula voz despertaba
la compasión de su clientela infantil. La levedad de su sonrisa llegaba a ser
más una mueca de fastidio que de agradecimiento, debido a la escasez de sus
dientes. Almudena y yo siempre le comprábamos lo mismo, unos regalices.
Se aproximaban las Navidades y había que ir haciendo los
preparativos propios de estas fiestas. El Paseo de Ruiseñores engalanó las
desnudas ramas de sus árboles con bombillas de colores, este toque luminoso
alegraba el paisaje invernal. Almudena y yo nunca teníamos frío, íbamos todo el
camino hasta casa corriendo y chupando regaliz.
[…]
Por Navidad la familia se reunía en casa de mis padres. Al
levantarme por las mañanas, lo primero que hacía era mirar por el enorme
ventanal del balcón de mi habitación; los cristales estaban empañados y los
tejados de las casas, con sus humeantes chimeneas, aparecían cubiertos por un manto
albo. Mi habitación era como un carámbano. Cuando subía mi madre me pillaba
descalza mirando por el cristal, me cubría con una manta, me bajaba en brazos
al salón y me sentaba en un sillón junto a la chimenea. Envuelta en la manta y
sentada en aquel sillón de alto respaldo tapizado en yute, me sentía como una
princesita prisionera en el trono de un gigante.
[…]
Hacía frío y no me dejaban salir al jardín a jugar, así que
me iba a la cocina con la tata María y su marido Félix. María andaba siempre
atareada en todo tipo de faenas, para entretenerme me sacaba una vieja cesta de
mimbre llena de juguetes antiguos, que contenía botijitos de porcelana y
lecheras de mayólica. Cuando María se descuidaba, arrastraba sigilosamente una
silla hasta la alacena y me subía a ella para poder alcanzar de los anaqueles,
los saleros y palilleros que tanto me gustaban. María siempre me sorprendía en
plena travesura.
También me entretenía al lado de Félix, sentada en un
tajuelo mirando como sus manos nudosas rallaban las mazorcas de maíz haciendo
saltar los granos de maíz, que caían acompasados en una capacha de esparto.
El día veinticuatro por la tarde comenzaron a disponer todo
para la cena de Nochebuena. Yo molestaba en todas partes. La cena y los platos
se sucedían entre el tintineo de los cubiertos y la vajilla. Mis abuelos, en
algún momento, sacaron con disimulo el pañuelo para recoger la lágrima del
recuerdo. Pero mi ilusión estaba puesta en el día de la ingeniuidad. ¡Por fin,
llegó el día de Reyes! Me asomé al balcón y había unas cajas con juguetes. Pero
la mayor sorpresa estaba en el salón, junto a la chimenea, con un gran lazo en
el manillar me estaba esperando: ¡El triciclo!”
Y en esta trasnochada, cerrando los
ojos puedo ver ese Paseo.
María Jesús Mayoral Roche
Tengo un grato y a la vez triste recuerdo de esta primera novela tuya, ya que mi abuela Antonia estaba muy malita.Pero al leerla me trae tambien gratos recuerdos de mi niñez.Family.
ResponderEliminarAhora que ya soy mayorcita me doy cuenta de la ardua tarea que debió ser para mis padres colocar los regalos de reyes...
ResponderEliminarpasaba la noche en vela plantada al otro lado de la puerta de cristal tallado verde translúcido acechando a los reyes y los camellos...y aguantaba bastante despierta...
Una vez los pillé in fraganti y no quise entrara en la habitación por si acaso se esfumaban. Ví sus sombras y contuve la respiración emocionada y nerviosa. Les dije en voz bajita : ¿puedo entrar? os traigo turrones y agua para los camellos, que no miro, os lo prometo. -claro que nunca contestaban-.
Pobres padres, qué paciencia...
Salud!
Vladimira