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Madrid, 1934. Mediados de noviembre. Desde el enorme ventanal de su despacho en el
Hospital de la Cruz Roja los árboles, ya casi desnudos por el hosco soplo del
otoño, auguran al doctor Peco otro invierno tedioso. Como la mañana es tranquila se entretiene
hojeando algunas revistas de fenómenos paranormales que, según él, habrían de
ser abordados por la ciencia seriamente.
Piensa que la República debería de notarse ya, pero los resultados no ya
sólo en las materias que a él más le interesan, sino en general, se demoran. Se
enciende un cigarro puro, se acerca el cenicero y sopla primero al fósforo,
para apagarlo, luego directamente a la
brizna del cigarro, para atizarla. Hojea
las revistas algo hastiado porque, sí, muchas cosas extrañas, pero a él rara
vez se le presenta una cercana que poder analizar. Este lamento es constante en él. Así que las recoge con desgana en el cajón,
se quita la bata y se acerca al despacho de su ayudante, García Otero, para
echarse un café en el bar de en frente, donde suele encontrarse con algún
colega. Lo de siempre, con leche, picatostes y mojicones. De repente aparece por allí el doctor
Andrade, grueso, lampiño, imberbe, sudoroso, de enorme faz, brillante y
bonachona, y el sempiterno gesto de secarse el sudor de la frente con un
pañuelo amarillento y desgastado. Hombre
doctor Peco, que tempranero. Y se pide
él también uno doble y también doble de mojicones. Los picatostes no le gustan tanto.
El doctor Peco le
saluda como siempre, más o menos, pero de repente:
-Tenía ganas de verle, Peco. Saber qué
opina usted de lo de Zaragoza.
-De lo ¿de qué?
- ¿Es que no lo sabe?
¿No se ha enterado?
-Pues no, Andrade, la verdad.
-Las voces.
-¿Las voces? ¿Qué voces?
-Sí, se oyen unas voces misteriosas en una casa
extraña… Pero, por Dios, si no se habla
de otra cosa. Parece mentira. Hasta la
prensa internacional se está haciendo eco del suceso. Incluso el Times lo está tratando.
- García ¿tenía usted idea de eso?
- En absoluto, doctor.
La primera noticia.
El doctor Peco se
queda como paralizado, la mirada perdida hacia la enorme faz de Andrade, ahora
borrosa y con los carrillos como dos globos de café, leche y mojicón.
-Doctor García, deje todo ahora mismo y acompáñeme,
se lo ruego. Quiero conocer datos más
concretos sobre ese extraño suceso de Zaragoza.
-Por supuesto, por supuesto, también a mi me interesa.
Abandonan el café tan
bruscamente que apenas si se despiden de Andrade. Y ¿a dónde vamos?, pregunta García
Otero. A ver a un buen amigo mío que es
periodista. Él tendrá información, seguro que la tiene. Fíjate, hasta la prensa internacional ha
dicho Andrade que se ha hecho eco. ¡El Times!
Durante el trayecto se
hacen toda clase de conjeturas.
Voces. Porque ha dicho voces, ¿no
García? Sí, doctor, voces, ha dicho voces
misteriosas en una casa extraña. No,
García, no empiece a tergiversar las cosas.
Se lo tengo dicho: para un
científico toda la atención al dato es poca.
Debemos afinar, aquilatar, García.
Y lo tengo muy claro: no ha dicho voces misteriosas en una casa
extraña. El doctor Andrade nos ha
referido voces extrañas en una casa misteriosa, García, ¡por favor! Y no es lo mismo, eh, no es lo mismo una cosa
que otra. Que para ustedes los jóvenes,
hala, ancha es Castilla. Todo vale, ¡todo!
Y no, todo no vale, en absoluto.
Tiene usted que estar mucho más atento al dato, García, insisto. Ha dicho voces extrañas en una casa
misteriosa. Por cierto, fijándome en los árboles, así, casi ya sin
hojas, ¿recuerda aquello que le dije que
había ocurrido en el Central Park de Nueva York? Sí, aquello que le comenté que lo había leído
en, en... Pero García, ¿tampoco se
acuerda? ¡Nunca me escucha, nunca!, al
menos con la atención suficiente. Usted
se lo pierde. Pero lo pagará caro, eh.
Ya lo creo, ya lo creo que lo pagará caro.
Cómo es posible que no recuerde aquello que le comenté de que estaban plagiando una idea
mía para convertir las hojas caducas en perennes mediante el método de aplicar
a los tallos la solución ideada por el profesor Müller de Frankfurt que él,
erróneamente, la aplicaba a... Bueno,
luego le contaré, luego.
Entraban en la
redacción y allí estaba don José Quílez, periodistilla de un diario local de
Madrid.
-Hombre, Federico, usted por aquí. Cuánto me alegro.
-Quílez, qué me dice de lo de Zaragoza.
-¿De lo de Zaragoza? ¿Qué ha pasado en Zaragoza?
¿Algún alzamiento?
-No hombre, no lo de las voces.
-
¿Voces? ¿Qué
voces?
-Pero Quílez, por Dios, no me fastidie. No me diga que usted, aquí, no me diga usted
que no está al corriente de lo de las voces esas de Zaragoza.
-Pues la verdad, no.
-Quílez por favor, ¡por favor!, que lo sabe todo el
mundo, ¡todo el mundo! Que hasta la
prensa internacional se ha hecho eco de las famosas voces, por Dios.
-Jé, querrá decir por la República, jejé. No que es broma, que es broma. Pero veamos, ¿qué pasa exactamente con esas
voces?
-Pues qué va a pasar que parece ser que, en Zaragoza,
han surgido unas voces misteriosas en una casa extraña....
-Perdone doctor: unas
voces extrañas en...
-Qué quiere ahora, García.
-No, no, nada.
Perdone. Siga.
-Pues eso, Quílez que han Zaragoza se han dejado oír
unas voces extrañas en una casa misteriosa...
-¿Y qué más?
- Cómo que qué
más, Quílez.
-Sí que... Que
qué dicen.
-Y yo qué me sé lo que dicen, por favor.
-¿Pero no lo sabía todo el mundo?
-Sí, hombre sí, pero datos concretos ¡datos
concretos...! Precisamente vengo aquí, para
eso, para enterarme, pero... Ya veo, ya
veo que aquí están ustedes menos informados que en la calle.
- Ah, no. Eso
no, Peco. Ni hablar. ¿Ha dicho que la prensa internacional lo
recoge?
-Por supuesto, el Times, Quílez. El mismísimo Times lo recoge.
-Ah, ya, The Times. Bueno, bueno.
Pues vamos. Vamos a verlo.
- Uy, Quílez.
Uy uy ¡uy! Qué alegría. Pero qué alegría me da usted. Tienen The Times aquí. ¿Lo ve, García,
lo ve? Ya sabía, ya sabía yo que
acertaríamos viniendo a ver a mi amigo Quílez.
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“MADRID.- Un irónico
“duende”, que habla por la campana de una chimenea, tiene sobresaltados estos
días a los habitantes de Zaragoza, los cuales se afanan en dar con la pista de
tan misteriosa voz.
“El “espíritu” ocupa
una casa aislada, que hace más difícil imaginar las incursiones del supuesto
bromista.
“Un arquitecto y
varios obreros han sido requeridos para trabajar sobre el terreno. Han removido todo el piso, e incluso han
levantado el tejado, pero los trabajos han sido totalmente infructuosos.
“Finalmente, el
arquitecto dijo poniéndose ante la chimenea encantada:
- Midan el cañón de la chimenea.
-No se molesten, el diámetro es de
seis pulgadas – contesto el “duende”y, en efecto, así era.
“La Policía trabaja
activamente. No se ha podido impedir que los grupos estacionados frente a la
casa se destacasen varias personas y se lanzaran al tejado presas de gran
alteración nerviosa, para buscar al “duende”.
Ha habido un sujeto que ha intentado pasar, presentando a la Policía la
tarjeta de un conocido político.
“La Policía se ha
visto obligada a desalojar varias veces la puerta de la casa.
“El director de un
Manicomio, al ser interviuvado por un periodista, ha dicho que espera próxima
experiencia que prueben la utilidad de la Ciencia en estos casos.
“Pero ha rehusado el
dar una opinión concreta antes de hablar por sí mismo ante la chimenea en
cuestión”.
(The Times, november 26, 1934)
-Doctor Peco, pero esto es una mina,
periodísticamente hablando.
-Pues claro, Quílez, claro que lo es. Por eso me
extrañaba tanto que ustedes aquí no tuvieran conocimiento de nada.
-Sabe, estoy pensando... Estoy pensando que... Usted, Peco, usted es conocedor de este tipo
de fenómenos extraños, ¿no?
- Por supuesto, pero además avalado por la perspectiva
que me confiere mi formación académica.
-Sabe, voy a
hablar con el director y...
- ... Nos vamos para allá, para Zaragoza.
-Sí, pero ya sabe que aquí... Nuestros recursos
son...
- No se preocupe, no se preocupe. Me hago cargo.
-Hombre, el viaje pagado, por supuesto, iremos con...
- No, el coche lo pongo yo, Quílez.
-Bueno, pues...
-La gasolina que la pague el periódico
-Ah, sí, por supuesto, por supuesto Peco. Faltaría más.
Yo me refería a pagarle honorarios, pero respecto a los gastos, sin
problema. Eso, ya le digo yo: sin
problema. Y si el director dice que
usted me acompaña, no va a haber ningún tipo de problema, se lo digo yo. Saldrá un buen reportaje, ya verá.
- Por supuesto.
Y científico, Quílez. Avalado por la ciencia, porque... Porque además, quiero que venga mi ayudante.
- ¿García Otero?
Sí, por supuesto. Por supuesto.
- Porque no querrá perdérselo usted, ¿no, García?
- Por descontado que no, doctor Peco. Para mí sería un placer. Ya lo creo.
Además, sabe, nunca he estado en Zaragoza y... Y mi madre se llama Pilar, ¿sabe? Cuando se lo diga, cuando le diga a mi madre
que voy a ver a la Pilarica, no sabe usted lo contenta que se va a poner.
-Pues venga, en marcha. Quílez, hable ya con su jefe
y pongámonos manos a la obra inmediatamente.
Que estas cosas cambian mucho de un día para otro.
Al salir de la
redacción al doctor Peco el otoño le pareció hermoso y hasta divertido. Y los árboles, qué es eso de desnudos. Los
árboles de la Castellana de desnudos, nada.
Sus hojas parecían pigmentadas por el oro del Rin. ¿Desnudos? Eróticos más
bien, se dijo.
* * *
DESDE EL SÁBADO POR LA NOCHE NO SE HA ESCUCHADO LA VOZ MISTERIOSA
El sábado, a las diez de la noche, y momentos antes de ser desalojado el piso por sus inquilinos, la misteriosa voz pronunció sus últimas palabras, que fueron perfectamente escuchadas por cuantos allí se encontraban.
Cuando los inquilinos se hallaban ya en la puerta se oyó la voz que decía:
- Adiós, adiós...
A partir de aquel momento ya no ha vuelto a dar señales de vida el enigmático ser.
Los agentes de Vigilancia y los vecinos del inmueble, que han estado en el piso durante el sábado y el domingo nos han manifestado que hagamos constar que es totalmente inexacta toda referencia que aluda a la repetición del fenómeno una vez que los vecinos abandonaron el piso.
También nos han dicho que no permitieron el acceso a ninguna otra persona de las que no fueron designadas por el juez.
EL DOCTOR PECO, SU AYUDANTE Y EL PERIODISTA
QUILEZ, HERIDOS EN ACCIDENTE DE AUTOMÓVIL
(Por teléfono)
MADRID.- En la madrugada del domingo, cuando marchaban
con dirección a Zaragoza en automóvil los doctores don Federico Peco, que
pertenece al Hospital de la Cruz Roja de Madrid, y su ayudante señor García
Otero, con el periodista madrileño José Quílez, al llegar al kilómetro 63 de la
carretera de Aragón, en las cercanías del pueblo de Sarracena (Guadalajara)
chocaron con un camión de la matrícula de Zaragoza.
Resultaron
heridos los ocupantes del primer vehículo, que fueron trasladados al Hospital
de Guadalajara.
El doctor
Peco sufre lesiones graves y los restantes leves. Estos han sido trasladados a Madrid. El camión era de Zaragoza e iba conducido por
su dueño Gaspar Martínez.
(Heraldo de Aragón, 17 de noviembre de 1934)
* * *
-Sire, y a mí que se me da que fue todo cosa del duende.
-Estoy
contigo, waiter. Es más, yo creo que era
él quien conducía el camión y no el pobre Gaspar.
Servando Gotor
(de Cuescos)
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ResponderEliminarHermosa historia, el doctor peco.
En la segunda afoto, sale -se asoma a la afoto, más bien- un personaje
con gafas lloyd que parece sacado de Zelig, película simpar de WAllen.
El duende se despide diciendo ¿adiós, adios? qué extraño. Y lo repite.
¿nada se volvió a saber de él? Mmmm.
Y Peco? Y gafas lloyd?
Qué ha sido de esta triste historia?
Gracias
Narciso
Soy A. Sáenz Peco. Y les puedo decir que mi abuelo,el doctor Peco, conservó una cicatriz en la cara provocada en este accidente hasta el día de su muerte en 1958. cabe decir que su conducción siempre fue realmente temeraria.
EliminarAunque sea tarde, porque he recuperado este mensaje ahora, le agradezco la información y me congratula enormemente tener noticias de un familiar de aquel entrañable doctor Peco, que me inspiró este relato a partir de la escueta noticia periodística, Pero de lo que más me alegro es de que se salvara, pues la noticia apuntaba un fatal resultado.
EliminarGracias de nuevo y un saludo muy cordial.
Nar, a ver si aparece Antonio y nos da alguna pista más sobre este suceso, él que sabe tantas cosas sobre Zaragoza.
ResponderEliminarBesos.
mi abuela conocia a la criada que trabajaba en esa casa y le conto que lo mas seguro que fueran los vecinos para hechar a la familia que alli vivia y quedarse con la casa,
ResponderEliminareso o un duende de verdad...