Espacio expositivo para dos obras de Kasimir Malevich (Imagen del blog: Hay arquitectura) |
Parte de El Hermitage abandona los fríos
boreales y se nos instala temporalmente en Madrid, en su, por varias razones, afín
museo de El Prado. Ambos se encuentran entre las mejores pinacotecas del mundo
y ambos son el resultado de honradas compras de monarcas de gran sensibilidad
artística; otros, el Louvre, el Británico, no pueden mostrar tan pura nómina,
pues gran parte de lo que muestran es el producto de inconfesables
expoliaciones.
Son algo más de un centenar de obras las que
han viajado hasta nosotros para exhibirse. La cantidad, para mí suficiente,
pues sufro del síndrome de Stendhal y no soporto más allá de un par de horas de
contemplación de arte; pero la calidad es inconmensurable, pues se hallan
algunas de las obras cumbre del arte mundial.
La muestra se cierra con el enigmático
“Cuadrado negro” de Malevich, máxima expresión de la
vanguardia suprematista, pintado en 1913, pronto hará cien años, a las puertas
de la revolución rusa. El negro, me dijeron en la escuela, es la ausencia de
color, pero hoy se considera que es un color básico, insólito, y más bien lo
que comporta es la ausencia de luz. Cabría pensar que este cuadro, que tanta
polémica despertó en su tiempo, se halla de plena actualidad, pues nuestra
época adolece, precisamente, de luz que alumbre las ideas, de faros de
referencia, de vías iluminadas por donde transitar hacia el futuro, mientras se
debate en las tinieblas de la confusión. No se atisban luminarias
intelectuales, líderes de pensamiento claro, profetas que tomen el bastón de su
autoridad y se erijan en dirigentes de unos pueblos indecisos y timoratos. ¿Ha
agotado el occidente su capacidad de pensamiento, de innovación? Aquí, donde se
han ensayado las formas más sabias de convivencia humana, donde se ha sabido
combinar el derecho a la individualidad con el desarrollo colectivo, se ha
agotado su capacidad de respuesta, de continuar la historia. Esperamos
pacientemente la llegada de los bárbaros para que nos presten su impulso.
Pero Malevich, al parecer, no daba a su
cuadro ese significado negativo que parece comportar para nosotros el color
negro, sino que lo muestra como la expresión de lo absoluto, una idea cercana a
Dios, no solo por el color, sino por la perfección geométrica que encierra el
cuadrado. Quizá lo que exprese este cuadrado negro sea precisamente eso, que
hemos llegado a una situación de perfección relativa, que seguramente ya no
puede superarse dada la limitación y la imperfección del ser humano, y que
deberíamos de tomarlo como símbolo de occidente, como bandera en la lucha que
ha de emprender nuestra sociedad por defender todo aquello que hay de humano en
ella, frente a los grandes imperios asiáticos, bárbaros en su concepción
primigenia por el desprecio hacia el ser individual en que se asientan. Hay que
recuperar el espíritu clásico, cuando las polis griegas, alegres y dispersas,
se unieron para enfrentarse y vencer al imperio persa, que avanzaba sobre ellas
imponiendo la crueldad de su dictadura y el desprecio del individuo de la
satrapía.
Sin tener que caminar mucho acerquémonos al
Reina Sofía y quizá podamos contemplar otro de los enigmáticos cuadros de
Malevich, se trata del antitético “Cuadro blanco sobre fondo blanco”(*). Esta
obra es el reverso del cuadro negro que comentamos, porque se trata de un
cuadro completamente pintado de blanco. He dicho que el negro es un color
insólito, pues repugna el mezclarse con cualquier otro, mientras que el blanco
es la combinación de todos los demás colores, excepto el negro. A pesar de ser
el símbolo de la luz, este cuadro quizá sea más sombrío que su antítesis, pues
como me explicó don José Beulas, cuando visitas el museo y llegas a este cuadro
compruebas que significa el fin de la pintura, todos los demás cuadros han
fundido sus colores en éste, que los ha absorbido, como si fuera un voraz
agujero negro, y queda flotando en el aire la pregunta: ¿y después de esto,
qué? Quizá comenzar de nuevo, volver a pintar las cavernas.
_______
(*)
Pertenece a la colección Sonnabend y se halla en depósito en el museo, no estoy
seguro de que en estos momentos se exhiba.
Antonio Envid
Interesante post, don Antonio. Mi enhorabuena. Enriquece el blog y le da altura enriqueciéndonos a todos.
ResponderEliminarSaludos.
Suscribo la opinión de Servando, en un magnífico post (artículo)
ResponderEliminarA los que les gusta, entre otras muchas cosas, trascender la realidad (¿los creadores? ¿los artistas? etc.) son capaces de ver (tal vez porque escuchan a otros, sus creadores )todo lo que de simbólico puede haber en ese Cuadrado Negro de Malevich. Cuando lo vi me acordé de usted.
Los que nos pasamos por el blog, leemos lo que se publica, hemos tenido premio doble. Nos han sido explicados de manera clara y precisa los dos cuadrados, El Cuadrado Negro y el Cuadrado Blanco.
También pensé que hubiera sido interesante escucharlo, leerlo, comentando a Kandisky, Composición VI (1913)
A veces las personas están en la vida de otros sin saberlo y puede que nunca lo sepan. Ni importa mucho. Lo importante o maravillosos es que hay transmisión de conocimientos, inquietudes, etc. y el otro no solo se enriquece a veces hasta cambia miradas
En cortito, para no ser plasta. Gracias
isabel
De eso se trata, no de pontificar, que no me siento capaz, si no de comunicaar ideas, reflexiones,de dudar, en voz alta, para que otros lo recojan y lo completen o lo rechacen, que también, y de todo ello sacar algo en limpio, o no, que tampoco vamos a salvar al mundo, pero...¿no le parece Isabel, que es un interesante deporte este de reflexionar? Seguro que sí, porque usted lo practica con habitualidad.
ResponderEliminarLe agradezco su interés.
Antonio
¡Ah!, por cierto, Gotor ha encontrado un excelente motivo para ilustrar la nota. Recueda el alfa y omega del románico.
ResponderEliminarAntonio
Gotor es también mucho Gotor.
ResponderEliminarEl deporte de reflexionar, que algunos ilusos creíamos que debía de ser de obligado cumplimiento entre los humanos, creímos que nos iba a llevar a mundos mejores.
No es paralizante
Así que a ratos toca melancolía y a ratos disfrutar con algunas cosas que a uno/a le gusta (y pasar de los otros. Ellos se lo pierden (por cubrirse de ceniza ni se cambia al otro ni al mundo).
Armando Bulla en ¿Al Sr. Duque de Palma no le cuadran las cuentas?, fantástico
Buena tarde
isabel