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Cosas del habla.
Se supone que Zaragoza se llama Zaragoza desde la edad media (del
Cesaraugusta romano pasa al Saraqusta árabe y de éste definitivamente a
Zaragoza). Que Zaragoza es una palabra
llana, es decir con acento en la penúltima sílaba, como ocurre con la mayor
parte del vocabulario español, también está fuera de toda duda, pues aquí casi
todo son palabras llanas: madre, padre, hermano, lápiz, coche, toalla o
servilleta. No como en francés, por
ejemplo, donde casi todas son agudas (la cousine, le été o merci) o en inglés,
que suelen ser llanas o esdrújulas (money, seventeen o languages).
Los barbarismos, o sea, las palabras
extranjeras, se supone que tienen diversas formas de integrarse en cada idioma,
dependiendo del lugar y del momento. En
lo que a los topónimos extranjeros se refiere, la más recurrente es la de
aquellos primeros viajeros que oyeron el nombre de una ciudad in situ y de
primera mano: es decir, de los propios lugareños. Así, los primeros franceses que oirían a aquellos
antiguos zaragozanos nombrar a su propia ciudad, oirían eso: Zaragoza, una palabra
llana y con dos fornidas zetas. ¿Y como
hace un francés para pronunciar Zaragoza? No hace falta darle muchas vueltas: de
entrada convierte esas bruscas zetas en eses y la erre en ge, y entonces dice
Sagagosa, y no sin cierta dificultad para respetar el acento en la o, para
luego concluir pronunciando con ímprobo esfuerzo la última sílaba: ¡sa!
Evidentemente, en el lenguaje coloquial siempre
se tiende a lo cómodo y a hablar como uno habla normalmente, de modo que los
franceses tendrían varias opciones. Una de
ellas decir Sagagosá, convirtiendo la palabra llana en aguda. Pero eso es muy largo y complicado para el
lenguaje diario. Lo más cómodo y, por
tanto lo más probable, es que los franceses acabaran por quitar la última
sílaba (a lo que siempre han tendido, por lo demás, tragándose, por ejemplo, la
mayor parte de las ees finales). Y, así, la
palabra quedaría en Sagagós. Evidentemente
cuando la transcriben lo harán con las reglas propias de su idioma: de
modo que Zaragoza, quedaría definitivamente escrita como Saragosse. No han cambiado el nombre de la ciudad, es
simplemente que ellos la pronuncian mal (sagagós) y, lógicamente, la escriben
de modo que al leerla se lea como ellos la pronuncian. Y para pronunciar sagagós, lo más correcto,
en francés, se supone que es escribir Saragosse. Y así es como lo hacen.
El historia de las lenguas describe la
evolución de una degradación o perversión del propio lenguaje, lo cual –entiendo-
carece de connotaciones negativas: es así.
Y es así porque el lenguaje es algo vivo e instrumental y lo que importa es que sirva para que la gente se entienda.
Pongámonos ahora nosotros en el lugar del
extranjero. Vamos con una primera hipótesis: ¿se imaginan aquellos primeros
españoles que llegaron nada menos que a Pekín?
¿Y, aún mejor: aquellos primeros españoles que no sólo llegaron a Pekín sino que además volvieron para contarlo? ¿De dónde dirían ellos que venían? De ¡Pequín! ¿Pequín…? Bueno, al menos así debieron decir aquellos
primeros que fueron y volvieron que se llamaba la capital de aquel lejano
imperio: “Pequín… o algo así, dicen los chinos… o la mayoría de los chinos con
los que yo traté”. Hombre, escribir Pequín
en chino… eso no hace falta, supongo que dirían. Lo cierto es que aquí, en España,
empezaría a hablarse de Pequín… y lo
escribieron de forma que se pronunciara así: Pequín.
Es decir, escribieron “Pequín”, como dicen los que allí han estado que
los chinos llaman a su capital (seamos conscientes de que China es muy grande y
con un montón de idiomas, de modo que los propios chinos, según de qué parte
sean y el idioma que hablen denominarán a la capital o pronunciarán su nombre de las formas más
variadas; evidentemente, estamos sintetizando la cuestión a efectos meramente
didácticos o argumentativos y abiertos a la crítica de cualquier otra opinión mejor, claro).
Una segunda hipótesis, con seguridad la
principal y que leo en un interesante artículo de Luis Silva-Villar, consiste
en que el topónimo “Pequín” no lo tomamos de nuestros antiguos exploradores
sino –vía Francia- de los ingleses que, por el mismo procedimiento
que he mentado, adoptarían el término “Peking” del cantonés “Pakking” (anota
Silva-Villar, como curiosidad, que el cantonés es el chino “que se oye” en San
Francisco). Pues bien, el “Peking” inglés
lo acogen los franceses como “Pekin” y de estos tomamos nosotros nuestro “Pequín”,
que finalmente y, de nuevo por influencia extranjera, acaba en Pekín.
De las pocas cosas buenas que hizo Mao interesa
destacar, a nuestro objeto, tres. La
primera decidir potenciar uno de los idiomas chinos pretendiendo que toda
la población acabe por hablarlo para que así puedan entenderse mejor entre ellos
(sería algo así como que todos los europeos nos entendamos en inglés, hoy; anteayer
lo hicieron nuestros antepasados cultos en latín y luego en español y después
en francés; hoy puede hablarse de hallarnos cerca de una alfabetización popular
europea en inglés). Así, el idioma adoptado por Mao será -lógicamente- el mayoritario: el mandarín.
La segunda cosa buena que hizo y que no deja de ser un instrumento
imprescindible para esa potenciación popular del mandarín, consiste en salvar
un serio escollo: simplificar el alfabeto chino “tradicional”, reduciendo los
miles de caracteres/palabras chinos (ideogramas, en realidad) a un número más
asequible para el pueblo. Se trata del
alfabeto chino “simplificado”, el cual se enseña en todas las escuelas. De cualquier modo, esta dicotomía, chino
simplificado/chino tradicional sigue en proceso de normalización no carente
de fuertes polémicas. En mi opinión la
idea me parece más que loable si tenemos en cuenta que, a lo largo de la
historia, la complejidad de la escritura china, cuya caligrafía –además- constituye
un verdadero arte, ha vedado a las clases populares el acceso a la escritura. Y esta puede ser, a mi entender, una de las
principales causas del retraso cultural de China durante tantos siglos (y eso que nos llevaban ventaja).
La tercera, mira al exterior y tiene que ver con
la globalización, y me parece definitiva.
Se trata de, además de lo anterior, acoger nuestro alfabeto, el
occidental: el abecedario. Algo parecido a lo que hiciera Atatürk en Turquía en
1928, reemplazando la grafía árabe por el alfabeto latino. En principio no se pretende
sustituir al alfabeto chino simplificado, sino de complementarlo con objeto de
conseguir una comunicación eficaz de China con el resto del mundo (yo pienso que nuestro abecedario acabará por imponerse en China y el chino desaparecerá finalmente. Nótese que el chino
no es de los idiomas denominados de comunicación, como pueden serlo, por
antonomasia, el inglés y el español, sino que es un idioma tribal: sólo se habla
en China, y por muy enorme que sea China, el chino sólo se habla allí; y, desde luego, cuando un idioma prevalece sobre otro es, simple y llanamente, por razones eminentemente prácticas y la comunicación con el resto del mundo lo es, vaya si lo es).
Esta transcripción del chino al alfabeto
occidental es lo que se denomina como hànyǔ pīnyīn, o simplemente pinyin. En Europa ya conocimos varios intentos de algo parecido, uno por
parte de Alemania (Lessing) y otro el que se impuso: el inglés (Wade-Giles). Definitivamente, ya desde último cuarto
del siglo XX hasta hoy, el pinyin se está imponiendo en todo el mundo. Por eso ahora se escribe Beijing y no
Pekín: porque Pekín era transcripción
china al alfabeto por el método Wade-Giles y Beijing lo es por el método
pinyin. Y por eso hemos pasado de escribir Lao-Tse a Laozi o de Mao Tse-Tung a Mao
Zedong (Wade-Giles, las primeras -grafía que hemos venido manejando en Europa- y pinyin las segundas, las que ya venimos manejamos actualmente).
Y ahora llego a donde quería llegar: el idioma inglés, que se come todo. Se piensa que el pinyin es la transcripción
del chino al inglés. Falso. Lo es al
alfabeto romano, como he dicho. Pero no es más cierto que todos tendemos a pronunciar cualquier
palabra extraña en inglés en vez de, en nuestro caso, español. Así, tendemos a convertir las úes en aes y a
pronunciar las haches, aspiradas (como jotas).
Pero eso no es correcto. El pinyin no es
inglés. El pinyin es chino escrito con
caracteres romanos. Y se pronuncia o
debe pronunciarse en chino, de acuerdo con las normas fonéticas internacionales (AFI); igual que el inglés se pronuncia en inglés, el
francés en francés y el alemán en alemán.
Y para conseguir la pronunciación correcta del chino escrito en pinyin hay que seguir las reglas propias para su pronunciación, que existen. Y, desde luego, no son las inglesas. Son las chinas. El español tiene sus reglas para pronunciar las palabras inglesas, las alemanas, las francesas... y las chinas escritas en pinyin, como los ingleses, franceses y alemanes tienen las suyas para el mismo objeto.
Esas reglas, de acuerdo con las normas fonéticas internacionales (AFI) harán que, lo lea un inglés, un
español o un italiano, Beijing siempre se pronunciará algo así como Pequín o Pechín (oírlo en el traductor de google, pinchando aquí). Es decir: como siempre, más o menos. Porque la be se pronuncia parecido a la pe y
la jota parecido a la che. Lo que no es correcto es pronunciar “beiyíng”,
que es a lo que todos tendemos por la aplastante influencia anglosajona aunque irremediablemente algún día acabe por pronunciarse y hasta llamarse así: “Beiying”. Sí, porque al final la
preponderancia del inglés puede acabar por cambiar el mismísimo nombre de
Pekín. Y esto, chauvinismos,
provincianismos y nacionalismos obtusos aparte, pienso que no es malo sino
todo lo contrario siempre que sirva para que todos nos entendamos mejor. Y lo normal es que lo práctico se imponga por sí solo. No hace falta que nadie le ayude.
Pero de momento, hoy por hoy, Pekín sigue siendo Pekín, y se
debe seguir pronunciando Pekín, aunque lo escribamos en pinyin (Beijing). Que esa es otra: en español (y me refiero al
español por antonomasia) siempre ha de escribirse Pekín y no Beijing de la
misma forma que escribimos Londres y no London y de la misma que hemos de escribir Lérida y no Lleyda, que es catalán (español también, por supuesto, pero carente de antonomasia) y de la misma forma, también, que los franceses
escriben Saragosse y no Zaragoza. Lo
escriben en francés, claro. Faltaría
más.
Interesante digresión, gracias a ella he aprendido que Pekín, se pronuncia pekín ¡qué peso me he quitado de encima!
ResponderEliminarAntonio
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ResponderEliminarPues has sacado mucho provecho del estudio del Maestro -con
quien te he oído hablar de este asunto de viva voz, en persona, sí-.
No tengo claro lo que dices... ¿no se dice pechín? ¿o quizá pinyín?
¿o pinyín es otra cosa? uf.
Gracias
Narciso
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