Biblis
(William Adolphe Bouguereau, 1884)
Biblis es, sin duda, una real hembra, lo que significa más bien una hembra real: sus dimensiones y proporciones, su consistencia y densidad, hacen que sea equiparable a la realidad real, física: no se deja pasar desapercibida; está ahí, resistente o tozuda; no se puede traspasar –no es vaporosa o etérea-; y es una individua femenina que se hace valer en su calle, en su barrio y –por decirlo así- en el universo sideral entero: no es fácil, es difícil ignorar su presencia –y su ausencia-.
El pintor la ha puesto en un espacio en el que hay mucho de exacto, hay precisión en las formas y en las luces. Con el rabo al aire, quizá esté descansando –o muriendo- encima del arroyo del que ella sola se ha hecho hermoso puente sin barandillas. Pálida y tetuda, parece vacía de sangre o de vida, exhausta y final. Se le marcan todas –literalmente todas- las protuberancias de su cuerpo físico, de los músculos trabajados y del esqueleto de huesos y dureza blanca. La superficie de los hombros bilaterales es una pura ondulación, como la cara interna del muslo que está bebiendo.
Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino –dijo el poeta. Si Biblis se muere, no será necesario dejar el balcón abierto, pero no la conocerán las higueras ni las hormigas de su casa porque se habrá muerto para siempre. La historia de mitos y leyendas cuenta que esta hermosísima mujer se enamoró de su hermano gemelo y se empeñó en su amor; lo siguió por esos mundos de dios hasta que la aflicción la derribó y, no pudiendo parar de llorar, se hizo arroyo, tal vez el arroyo sobre el que ahora mismo la vemos, ay.
Son tantas las vidas llenas de asuntos sin atractivo, sin riesgo, que se reducen a matar el tiempo en el apestoso bar de Mayer, donde comen a precio fijo, vidas deliberadamente malgastadas como desequilibrios apresurados, como columpios descompuestos, que uno admira a Biblis y su determinación, ese modo de llegar al final, al fondo, del todo.
Narciso de Alfonso
El Merodeador, II
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