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A Bermúdez le llaman el Fariseo porque a veces viste de Faraón. Se cubre con un tocado a rayas de color lapislázuli y oro que evoca los primeros rayos del sol naciente, siempre con la insignia en forma de cobra que representa a la diosa Wadjet. Sólo utiliza la corona blanca, la corona doble, la corona de guerra y la corona roja, con diversos adornos, atuendos y emblemas, en ocasiones especiales. ¿Era bella Cleopatra? La pregunta, la duda, tortura a a menudo a Bermúdez, sobre todo con la llegada del otoño, obligando a su imaginación muchos días, muchos días y muchas horas, perturbando su reposo de media noche y su siesta de mediodía. La descripción de Plutarco, que le cuenta, no acaba de convencerlo ni de tranquilizarlo, necesitaría más evidencias, a favor o en contra: "Su belleza, seguramente sin par, se hallaba en su interior y no ejercía una fascinación inmediata. Su maravillosa forma de hablar, el encanto espiritual de todo su ser, le otorgaban tal belleza que se grababa en el fondo del alma. También era un placer escuchar el sonido de su voz. Su lengua semejaba una lira de múltiples acordes, pues dominaba todas las lenguas con la misma perfección."
El monarca viste diversos faldellines, pero también, dependiendo de la época o de la ocasión, distintas capas, camisas, variados mantos o una piel de pantera. Calza unas sandalias perfectas. Los cetros, la barba postiza y una rica joyería, ay, qué hermoso esplendor, hacen que el Faraón deje un destello, una luz, un rayo de oro allí por donde pasa. Está construyendo su pirámide justo donde termina el barrio del Actur, a los pies de Juslibol, frente al Centro Politécnico Superior.
-Fariseo, ¿dónde está Egipto?
-En las antípodas, compadre.
Cuando Bermúdez no va de faraón presume con su chaqueta amarillo chevalier.
Narciso de Alfonso
Servando Gotor
El guacamayo azul (*)
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