sábado, 16 de febrero de 2013

HISTORIA DEL EREMITA (Juan Serrano)

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Con Miguel Espinosa me pasó lo que a doña Celsa, que se tropezó con su gato en su propia casa, a siete millas de donde vivía, cuado desesperada buscaba a su minino de compañía. Yo me di de bruces con Historia del eremita a dos palmos de mis narices, en la Tertulia de los jueves.

Y empecé a leer el libro, llevado por mi orgullo, más que por mi afición a la lectura. De todos los presentes en el casino de Molina, tan sólo yo, nada conocía del tal Espinosa, aún siendo este caravaqueño casi paisano mío. Así que avergonzado, y pidiendo excusas, me hice allí mismo con el libro. E irremediablemente, antes de acostarme, quise apagar el gusanillo de mi vanidad herida. ¡Y bienvenida la hora!, aunque era ya más de media noche pasada. Leí tan sólo las cincuenta primeras páginas. Si quería seguir, debería hacerlo al día siguiente, pues tiempo no le daba a mis glándulas iletradas en digerir tanta enjundia preñada en sólo la Introducción.

Como un topo en busca de su presa fui abducido muy pronto por el pasadizo de sus letras enigmáticas. Aforismos, axiomas, la ironía, el absurdo, el laconismo de sus pensamientos, el fatuo nirvana de su filosófico decir supramundano, el humor inteligente y sarcástico, su jugar entretenido con el absurdo, la simpleza, y la espontaneidad antagónica de sus dichos, el pragmatismo de sus razonamientos me obligaron a posponer la lectura para darme tiempo a deleitarme tranquilamente de sus enseñanzas y hondura. Tuve la misma agradable sensación que cuando me topé con El Quijote.

La Parábola de los bolsillos, la Canción de la tierra, el Cara Pocha, por citar apenas lo que llevaba leído, me satisfacía, pero sin colmar mis ganas que infinitas se agrandaban. Y enseguida me quedé dormido, como el felino de doña Celsa tras una suculenta cena. Y no fueron falsas, ni mal traídas mis palabras, cuando le dije a su editor Fernando Fernández, que debería pagarle por dos veces el libro, si era verdad lo que en su presentación dijo Martínez Valero, amigo del escritor, que para entender a Espinosa, era preciso leerlo más de una vez.

Y para que mis palabras no suenen a laudatorio eco, ese traidor que caricaturiza nuestros vocablos, ya me callo. Y convengo con el Eremita:

Ten por tanto, cuidado al hablar, que no te oigas a ti mismo, y te pierdas. Que una vez me oí yo a mí mismo, y estuve a punto de morirme de risa.



Juan Serrano
del blog Blao
19 enero 2013


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