Noli me tangere, detalle (Corregio. 1525, Museo del Prado - Madrid) |
¡No
me toques! Ya sólo el título de este cuadro es un auténtico poema. Marcel
Proust no lo menta en su busca del tiempo
perdido porque, evidentemente, no lo conoció, ya que de haber tenido
noticia de él, no se le hubiera escapado una mínima referencia, un cómplice
guiño, al novelista francés que analizó y narró como nadie la fuerza atractiva que
toda negación encierra (nada más excitante que un “esta noche no, porque tengo
otros compromisos”).
Aquí se tornan los papeles habituales y es Cristo, el Hombre, quien frena el ímpetu, la pasión
de la mujer, María Magdalena.
Literariamente,
estamos también en uno de los muchos momentos cumbre de esa joya poética que
son los evangelios. En este caso es Juan, el evangelista/apóstol amado, quien
recrea la escena:
Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.» Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní -que quiere decir: «Maestro»-. Dícele Jesús: «Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: «He visto al Señor» y que había dicho estas palabras (Jn. 20, 11-18).
¡Noli
me tangere! Para Eugenio d’Ors, Correggio se adelanta aquí al barroco y, en
concreto, a la Santa Teresa en trance de Bernini. Y no cabe duda que la mirada,
la pose, de la Magdalena refleja ese mismo éxtasis que nuestros místicos del
Siglo de Oro marcaron a fuego en versos inmortales. A Miguel Ángel corresponde aquel otro
maravilloso verso, también en la melódica lengua italiana, que parece la
obligada respuesta a la negativa de este Noli
me tangere -chi mi defenderá dal tuo bel volto? (¿Quién me defenderá de tu belleza?, en la más acertada
traducción/traslación que de un borrador -proyecto de relato- de Stendhal hace José Antonio González-Iglesias*).
¿Cómo
no despertar este diálogo entre épocas, entre culturas, —entre hombres siempre—
todas las interpretaciones humanas posibles sobre aquella relación entre Cristo
y la Magdalena, si nuestros propios místicos no encuentran otra figura, otra
metáfora que el recurso al amor humano, incluso al sexo más brutal, para transmitirnos sus
inefables experiencias extáticas?
Así,
a un Corregio que conoce la fuerza de una negativa (amorosa sin duda) y
narrativa de un ¡No me toques!, le
habría contestado años atrás un Miguel Ángel que también ha probado las hieles del dolor de amor
con el grito angustioso: ¿Quién me
defenderá de tu belleza? Creando entre los dos italianos uno de los más
hermosos poemas de amor con estos dos maravillosos versos.
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