¿Por qué buscáis entre
los muertos
al que está vivo?
(Lc 24, 1-7)
Hace siete años y un día que dejé este mundo. Hoy,
aniversario de mi muerte, respetuoso cumplidor de tradiciones y olvidos, me
dirijo al camposanto; levanto la lápida de letras de oro donde el nombre y la
fecha de mi defunción perviven a pesar del tiempo y la cirrosis... Y me
encuentro la tumba completamente vacía. Sorprendido, me toco como ciego que
explora un objeto desconocido, como disecador, la cabeza de un toro degollado,
como forense, el sexo de una calavera. Y como el Diógenes de la linterna no doy
con lo que soy. Pregunto al sepulturero que no me da explicación alguna sobre
mi desaparición.
Y sin más demora me encamino al juzgado de guardia ―sección
patentes― para presentar una denuncia. No es posible, además de injusto, que mi
cuerpo invisible circule por un mercado de cenizas sin su debido código de
barras.
Juan Serrano
del blog Blao
16 diciembre 2009
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